Claudia Sheinbaum asume la presidencia de México en un momento clave, donde la tecnología está a punto de redefinir los cimientos de la civilización. No es un adorno retórico afirmar que a la primera mujer en ocupar el cargo más alto de la nación le tocará ser testigo y partícipe de revoluciones tecnológicas que cambiarán el curso del planeta. Sheinbaum llega a su cargo el día de hoy en un momento único e irreversible en la historia de la humanidad.

No es simplemente otra transición de poder; no es un nombre más en la lista de mandatarios que han pasado por Palacio Nacional. No, lo que Sheinbaum Pardo va a enfrentar —sin exagerar— es un conjunto de revoluciones tecnológicas que determinarán el futuro de la civilización.

La era en que Sheinbaum asume el poder está marcada por un cambio acelerado en los cinco pilares de la civilización: energía, transporte, información, alimentos y materiales.

Cada una de estas áreas se enfrenta a una transformación, con implicaciones económicas, políticas y geopolíticas sin precedentes.

Las guerras comerciales y tecnológicas entre Estados Unidos y China no son meros choques económicos; son batallas que determinarán quién dominará el futuro. Y México, aunque geográficamente cercano a uno de los contendientes, podría quedarse en una posición incierta, arrastrado por las mareas de decisiones erráticas. Este país, tan habituado a lo urgente y tan ajeno a lo importante, parece decidido a seguir enfrascado en mirarse el maldito ombligo.

Un ejemplo contundente, en el plano de la información, es la computación cuántica, que nos tiene al borde de una revolución que cambiará todo. Los procesadores cuánticos, capaces de hacer cálculos paralelos a una velocidad inconcebible, tienen el potencial de romper cualquier sistema de encriptación existente.

Hoy en día, la mayoría ni siquiera sabe cómo proteger sus datos personales; pero cuando esta tecnología despegue, no habrá cerradura que resista. Códigos nucleares, secretos industriales, los mensajes picarescos de los poderosos y de usted: todo quedará al descubierto.

La máxima catástrofe de privacidad se acerca a la historia de la humanidad, y no sabemos qué seguiría de ello.

¿Qué decir de la energía? De esa eterna promesa que nunca llega, la fusión nuclear, que siempre necesita «diez años más». Y es que, en el momento en que finalmente se conquiste, todo lo que creíamos estable —petróleo, gas, guerras por el control del suelo y subsuelo— se volverá polvo. Y polvo serán también las fortunas de las petromonarquías, que ahora, en un acto desesperado de lucidez, invierten en renovables, sabiendo que el fin se acerca. Acá no nos hemos dado cuenta ni de que PEMEX es un muerto andante.

La genética también está revolucionando la alimentación y la medicina. Las promesas de alimentos más eficientes y tratamientos médicos personalizados cambiarán la relación entre humanos, animales y naturaleza. La ingeniería genética podría hacer que médicos e incluso ciertos alimentos se vuelvan innecesarios. Este tipo de cambios, sin embargo, conllevan debates éticos y políticos que pueden paralizar a una sociedad que aún lucha por asimilar las transformaciones del siglo XX.

¿Y qué decir del transporte? Si bien el cambio de vehículos de combustión a eléctricos es un paso importante, representa apenas una fracción del panorama. Estamos entrando en una era donde movernos por tierra, mar o aire será pretérito; ahora el reto es conquistar hacia arriba, con cohetes reutilizables y hoteles en la estratósfera.

A Claudia Sheinbaum, la científica, licenciada en física, primera mujer en el doctorado de ingeniería en energía de la UNAM, estancia en el Lawrence Berkeley Laboratory, egresada del COLMEX, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de Ciencias, investigadora titular del Instituto de Ingeniería de la UNAM, le tocará vivir este cambio civilizatorio.

La primera mujer presidenta tiene las credenciales más extraordinarias y apropiadas para afrontar este reto. Por eso es un enorme pesar reconocer y admitir que todas sus capacidades, todo su conocimiento, toda su preparación… se ahogará entre las dinámicas de políticos rancios, en un país rancio, con una sociedad rancia, que le fascina vivir en su propia rancidez y arrastrar todo al pantano de la mediocridad.

La primera globalización de esta época, impulsada por la Gran Bretaña y los descubrimientos y avances de su tiempo, se encontró con Juárez y un Estado Mexicano en construcción.

Los beneficios posguerras de la mano de Estados Unidos se hallaron de nuevo con un país sin instituciones, y solo beneficiaron a caciques en el poder.

Los frutos del neoliberalismo global se toparon con un país sin estado de derecho, y los beneficios fueron distribuidos de acuerdo a un capitalismo de cuates.

Es el adeudo histórico nacional transitar con conducción consciente a esta época portentosamente revolucionaria, como no ha conocido la historia de la humanidad… pero una presidencia que podría haber sido una de las más luminosas quedará atrapada en la telaraña de un sistema que no entiende ni quiere entender el futuro que se avecina. Y así, como todo en México, el cambio vendrá tarde, si es que llega, y cuando lo haga, tal vez sea ya demasiado tarde para todos. Arrancan seis años.