Los cambios en el gabinete del nuevo sexenio de Sheinbaum recuerdan los azares políticos, en un ir y venir, que parecen tan inevitables en el ritmo de la política mexicana.
Así, el campo ve salir a Villalobos Arámbula de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, reemplazado por Julio Berdegué. Villalobos, un hombre con una visión tecnificada para la agricultura, poco pudo hacer por un campo mexicano que, bajo su gestión, padeció recortes presupuestales históricos, especialmente en ganadería y agricultura extensivas. Los grandes y medianos productores fueron testigos de su declive mientras la Secretaría se enfocaba en una ideología milpera y agrarista liderada por su subsecretario de alimentación, Víctor Suárez Carrera.
Suárez, ahora nombrado titular de la Procuraduría Agraria, encuentra un espacio donde sus discursos sobre el retorno a un pasado agrario tendrán un auditorio más dispuesto. Desde ahí, podrá seguir esgrimiendo sus tesis sobre el campo mexicano. Ya sabe, tesis favorables a mantener valores y principios establecidos frente a innovaciones; conservadores. ¿Se atreverá a ir contra los tribunales agrarios?
Julio Berdegué, por su parte, llega con la promesa de continuar el camino hacia la soberanía alimentaria, un objetivo tan deseado como distante, especialmente cuando la inflación ha devorado el poder adquisitivo en la canasta básica, la producción de granos básicos se ha desplomado, y el país importa más de todas las proteínas animales que consumimos.
En SEMARNAT, María Luisa Albores deja un legado de devastación ambiental que se suma a ecocidios previos. En el Tren Maya, esa obra monumental, ese ha sido su sello, aunque envuelto en una retórica de progreso para el sureste mexicano.
Ahora, Albores asume la titularidad de Segalmex, el organismo que protagonizó el mayor desfalco del sexenio, y Diconsa, fusionándose para formar Alimentación para el Bienestar. Albores, con experiencia en la pequeña distribución de productos de alto valor, como el café a través de la Cooperativa Tosepan en Cuetzalan, enfrenta un reto monumental. ¿Podrá administrar un sistema de abasto que el gobierno nunca ha demostrado ser capaz de manejar de forma eficiente?
Alicia Bárcena llega a SEMARNAT con promesas de redobles: limpiar los ríos Atoyac y Lerma, reducir la contaminación de las metrópolis... Pero uno no puede evitar escuchar el eco de estas promesas, repetidas sexenio tras sexenio, chocando con la dura realidad. Las credenciales de Bárcena son impecables, pero no se puede gestionar una utopía cuando el suelo que se pisa es el fango de la política nacional.
Y mientras los anuncios suenan a cambios de fondo, la verdad se despliega en matices más complejos. Las fantasías de un nuevo gobierno siempre son peligrosas. Pronto, comenzarán a circular nuevas narrativas: que todo el fertilizante «de bienestar» lo produce PEMEX. Y aunque hay un atisbo de verdad en ello, no deja de ser una verdad a medias.
Pro-Agroindustria, en Coatzacoalcos, se rehabilitó para contribuir al programa Fertilizantes para el Bienestar, tras 21 años de abandono. Pero la urea no se hace sola. Necesita amoniaco, y para producir amoniaco se necesita gas natural, que casi en su totalidad importamos de Estados Unidos. Así, en el fondo, seguimos con una autosuficiencia de cero.
La danza de los cambios en el gabinete revela, más que un renovado entusiasmo por el bienestar de la nación, un juego de sillas musicales donde las promesas y la realidad siempre se encuentran, pero nunca se tocan. Sheinbaum apuesta por una narrativa de continuidad, pero en cada cambio se adivina la sombra de una esperanza rota.
Al final, los nombres cambian, los discursos se reciclan, y el columpio sigue su vaivén. El campo mexicano, la devastación ambiental, el fantasma de la autosuficiencia: todo sigue ahí, en un eterno retorno donde el azar y la política se confunden en sendos chaqueteos mentales.