Hace medio año que hablábamos del gusano barrenador parecían palabras al viento. Una frontera sur convertida en puerta giratoria de riesgos, de cómo la falta de controles era un lujo que no podíamos darnos, y de cómo la negligencia era el principal enemigo del campo mexicano. Hoy, esa advertencia es una realidad dolorosa: el gusano barrenador ha vuelto. Lo que se logró con 19 años de vigilancia y trabajo, se desplomó en 2 años de desinterés.

El brote confirmado este fin de semana en Catazajá, Tabasco — de todas las entidades— no solo fue un golpe a la sanidad animal; fue un recordatorio de que las cosas mal hechas siempre pasan factura.

El gusano barrenador es despiadado. Infesta al ganado, es altamente infeccioso, perfora su piel. El brote fue encontrado en la pustulienta oreja de una res. Y como si eso no fuera suficiente, perfora también la economía de quienes dependen de esos animales. No hay reses, no hay ingresos; dos décadas libres de esta plaga y nos encontramos otra vez al borde del abismo.

Estados Unidos no tardó en reaccionar. Cerró sus fronteras al ganado mexicano el mismo día. No por odio, no por represalia. Lo hizo porque es lo que se hace ante una amenaza sanitaria. Esa decisión, aunque lógica, es devastadora para México. Estamos hablando de mil millones de dólares al año en exportaciones. Todo eso detenido de golpe.

¿Y qué dijo la presidenta Sheinbaum? «Se resolverá en una semana». Como si la frontera fuera un trámite. Como si el gusano barrenador entendiera de plazos. Sus palabras, lejos de tranquilizar, solo evidencian el desconocimiento, o peor, la complicidad. Porque hay que decirlo: no es que no lo vean, es que no quieren verlo.

Mientras el gobierno juega a tapar el sol con un dedo, los ganaderos nacionales están solos. La Unión Ganadera Regional de Chihuahua lo dejó claro en su comunicado, fuerte y contundente.

Llamaron por su nombre a las empresas que están sacando provecho del caos. Grupo Gusi, Praderas Huastecas, Denes, Vera Carne y, sobre todo, SuKarne, con una conexión incómoda con Rocha Moya, el gobernador de Sinaloa.

No hay rodeos. Los señalaron con cifras, con datos, más de 700,000 reses que aparecieron mágicamente en el inventario nacional por la frontera sur. Dijeron lo que muchos callan: estas empresas se han convertido en los principales beneficiarios de un sistema que premia la ilegalidad.

El problema, sin embargo, no empieza ni termina con estas empresas. Ellas solo están jugando el juego que el gobierno creó para paliar su propia mediocridad. Porque cuando se implementó el Acuerdo Contra la Inflación y la Carestía, se eliminó todo control sanitario. Fue una carta blanca. En nombre de la austeridad, se suspendieron inspecciones. Y durante meses, toneladas de carne de dudosa calidad cruzaron nuestras fronteras a pie. Carne barata, carne sin control, cuya importación ilegal quedó establecida como norma.

La inflación en alimentos fue la más alta en lustros, se dejó a los empresarios machuchones crecer sus ganancias y alimentar basura al pueblo, y terminó colapsando la sanidad animal, cerrando las fronteras a una exportación anual de mil millones de dólares. Así de claro.

El gusano barrenador es más que un problema sanitario. Es el símbolo de cómo funcionan las cosas en este país. Si esto se resuelve en una semana, será un milagro, si sobrevivimos un sexenio, a alguien tendremos que beatificar.