El camino agropecuario para México en «veinteveinticinco» se perfila como una tormenta donde no sabemos si el mayor vendaval vendrá del cielo o de la Casa Blanca.
Hay una narrativa casi conspiranóica, casi real, que resuena en la izquierda global. El Gran Sur sostiene que la única razón por la que «el Occidente» quiere convertir a los países sureños en exportadores de especialidades (café, chocolate, frutillas, nueces, etc.) es para forzarlos a importar granos básicos de subsistencia de los insaciables poderes capitalistas… y así controlarlos.
La historia será tan cierta como uno decida creerla, pero esta administración parece empeñada en materializarla, aderezándola con los detalles esquizofrénicos que hacen este país.
Si algún susto se presenta, ya se la sabe: bolillo. Tomemos entonces el trigo como ejemplo.
No estábamos en un paraíso de autosuficiencia trigal à la Sandro. Apenas 3 de cada 10 arrobas de harina eran nacionales. Pero este año será una tragedia. Menos de la mitad del trigo mexicano se sembrará, con focos rojos en el granero nacional de Sonora y el Valle del Yaqui, donde la superficie apenas rozará el 15% de lo que se acostumbra.
¿Las causas? Desde falta de apoyos a medianos y grandes productores, hasta la desestabilización del mercado agropecuario con decretos que proscriben insumos críticos a base de caprichos. Fertilizantes vetados, pesticidas bloqueados, semillas prohibidas.
Y la fiebre de jugar al Zapata contemporáneo. La presidencialísima Comisión Presidencial de Justicia para el Pueblo Yaqui de AMLO dijo acá un acueducto, allá una tierra, allá ustedes se arreglan sus disputas históricas.
Pero reflexione: ¿qué problema en este país se ha solucionado otorgando recursos naturales? Seguimos creyendo que la riqueza emana de la geografía, cuando la verdad es que la riqueza se construye en relaciones comerciales estables y estado derecho. El pueblo yaqui ya tuvo su agua restituida en 1937 y pues mire.
Y mire el arroz. En su momento, Videgaray subió las fracciones arancelarias. ¿La idea? Que importarlo costara más y así estimular la producción local. Resultado: un tímido repunte, pero al final del sexenio copetudo seguíamos importando 8 de cada 10 kilos.
Ahora, la presidenta asegura que Campeche será el cuerno de la abundancia arrocero. ¿La primera acción del gobierno federal? Exentar los aranceles de importación de arroz durante todo 2025 para que la inflación no abofetee tan duro al pueblo. Pero oiga, eso va a destrozar la famélica industria nacional ante los arroces baratos y eficientes del Río de la Plata y Arkansas…
La realidad nacional es esta. El campo no importa a casi nadie. La gente que lo trabaja, menos. Se habla de autosuficiencia, pero cuando el hambre amenaza, bajan los aranceles y se prefiere una panza llena a una industria fuerte. El ciclo se repite.
El hambre pesa más que el orgullo. Y tenemos el himno nacional. El campo sigue esperando. La gente también, 35 millones de mexicanos esperarán un día para comer de nuevo, 15 millones al menos uno más. El mexicano es avorazado por su hambre atrasada, pero no cualquiera ha podido saciarnos bien; no solo de pan… pero es que ni el pan.