El mundo consume pescado como si fuera oro azul. Japón vive del atún, los noruegos del salmón; los españoles hacen de un boquerón una fiesta y los portugueses de las sardinas un imperio. Sin embargo, en México que se baña en dos océanos, que el Pacífico y el Atlántico son brazos que nos envuelven, el promedio no pasa de doce kilos al año. Es la mitad de lo que comen otros en el mundo. ¿Por qué? Decimos que es caro. Y es cierto. Pero no es todo. Es la costumbre. Es la tierra llamándonos más fuerte que el mar

El Día Internacional del Pescador —ayer— es una invitación a enfrentar esta ironía. México es un gigante marítimo con más de 11 mil kilómetros de litoral, el decimocuarto lugar mundial en producción pesquera.  

El pescado es una rareza en el menú nacional. A diferencia de las cocinas latinoamericanas del Pacífico, donde el mar habla con fuertes acentos chilenos o peruanos, aquí susurra, y casi nadie lo escucha. No es que no tengamos recursos. Es cuestión de hábito, pero también de negligencias políticas

Puebla, irónicamente, ejemplifica esta desconexión. Sin mar ni costas, la entidad llegó a ser líder en producción de pescado en estados sin litorales. Tanques. La piscicultura transformó campos, ofreciendo trucha y mojarra como alternativas de proteína económica y sostenible. Los proyectos florecieron bajo visiones diametralmente distintas del campo poblano, como las del exrector de Chapingo, Jiménez Merino, o Rodrigo Riestra, orientado al mercado. Pero la floración fue efímera

La actual administración de Altamirano Pérez arrasó con este legado. La producción de trucha, que rondaba las 3 mil toneladas anuales, colapsó del ‘18 para ’19, desapareciendo en 80%. Al día de hoy, se producen apenas 8 de cada 100 toneladas de entonces

La mojarra prácticamente desapareció de la faz poblana, quedando apenas 2 de cada 100 kilos de producción. Los tímidos proyectos de langosta se esfumaron. 

Más de mil 150 unidades productivas, instalaciones que representan potencial y presupuesto invertido, yacen ahora en abandono, víctimas de políticas que ignoran su valor. 233 millones de pesos que alguna vez circularon por la acuicultura poblana desaparecieron de la faz del estado. 

La trucha, en otro tiempo símbolo de resiliencia, hoy sobrevive en reductos deportivos. En lugares como Zacapoaxtla, encuentra refugio en torneos organizados por aficionados y promovidos por políticos locales como la diputada Esther Martínez Romano, con cabecera en el propio municipio donde abunda el zacate.  El Torneo Nacional de Pesca en Apulco, en su edición 50 este dos de febrero, es un ejemplo de cómo, incluso en la adversidad, la voluntad puede sostener lo que las instituciones dejan caer.  

Pero ni con eso nos engañemos: el volumen de la pesca deportiva en Puebla es equivalente a la pesca en CDMX, y Chihuahua, un estado desértico, tiene cifras que cuadruplican las nuestras. Ni siquiera en eso somos truchas, pero con quedarnos con la boca abierta… solo parece uno un bacalao.