La frontera es un latido. No un muro, no una línea, sino un pulso de sangre y comercio, de carne y metal, de trabajo y desperdicio. Y hoy, ese pulso se tensa. Donald Trump nos impone aranceles unilaterales como si la economía fuera un corral y él capataz. Puede, tiene el fuete

Claudia Sheinbaum con la poesía desesperada del Himno Nacional ha hecho la mejor apuesta posible con las cartas que tiene en la mano: masiosare, trompetas marciales y «arrancamos a la de tres el Cielito Lindo». Y es que no hay mucho más. No hay industrias poderosas alineadas, no hay cabildeos en Washington, no hay empresas multinacionales clamando por nuestros intereses. No nos volvimos indispensables, no nos volvimos irremplazables

Tuvimos la oportunidad, claro. La posibilidad de amarrarnos a la vida cotidiana del país más rico del mundo, de infiltrarnos en su estructura hasta convertirnos en columna vertebral, de hacernos necesarios en algo más que en el sudor de nuestras espaldas. Pero elegimos lo fácil, lo obvio, lo que ellos mismos nos dejaron: la migración, la servidumbre, la maquila. Mano de obra barata, maleable, desechable.  

¿Dónde están nuestras asociaciones de trabajadores transnacionales? ¿Dónde está nuestra influencia en el Capitolio? Hay más de 40 millones de mexicanos en Estados Unidos, la diáspora cultural más grande de la historia de la humanidad, y lo más significativo que hemos conseguido es un desfile del 5 de Mayo en Nueva York

Nunca hemos sabido crear valor. Solo extraerlo. Y ni eso. Pensamos que la riqueza brota del suelo, que la milpa es eterna y que basta con recordar que existen las chinampas para que nos respeten

México perdió el futuro biológico del maíz, del tomate, de la calabaza, del chocolate, de la vainilla. No protegimos nada, no industrializamos nada. Dejamos que otros patentaran lo nuestro, que lo perfeccionaran y monetizaran, mientras nosotros, desde la moralidad, desde el simbolismo, desde la nostalgia, perdíamos toda ficha como país

Cobro de piso. Extorsiones. Secuestros. Al limón, aguacate, caña dulce, ganado, naranjas. A la siembra, cosecha y comercialización. Las únicas agencias tributarias son el crimen organizado ¿Aranceles qué?  

México ha sido un país roto, traicionado, saqueado, un país que, por momentos, parecía encontrar su rumbo solo para perderlo otra vez entre manos débiles y mentes cortas. Pero viejo, no. México no ha envejecido porque nunca ha terminado de nacer. Y ahora, cuando los tambores del mundo nuevo resuenan con la fuerza de los aranceles de Trump, con la violencia de la reconfiguración global, con el grito de las economías que pelean su espacio en la historia, México enfrenta su momento de definiciones

El destino geopolítico es la consolidación del continente, la integración de su estructura económica y política, lo social quién sabe qué tanto. No lo dicta un capricho ni lo impone una ideología, lo dicta la simple y brutal realidad de los tiempos. Comenzará desde el norte, con o sin nosotros, comenzará con Canadá. La pregunta es: ¿seremos arquitectos de nuestro futuro o simplemente espectadores de nuestra absorción

No es agorería del desastre ni traición a la patria, es un hecho. Todo es la antesala de una decisión ineludible: jugar o desaparecer.  Hoy, mientras el país descansa por el aniversario de una constitución de 108 años —un documento más joven que algunos de sus propios ciudadanos— deberíamos preguntarnos qué significa México

México no morirá de viejo, pero sí puede morir de indiferencia, de miedo, de inacción. Y si eso pasa, no será culpa de Trump, ni de Sheinbaum, ni del T-MEC, ni del hit del ’84 de Bocanegra & Nunó. Será culpa de los mexicanos