Hay auditorías que hablan de pesos y otras que hablan de silencios. La cuenta pública 2023 de Eduardo Rivera Pérez, exalcalde de Puebla, es de las que gritan. Más de mil cien millones de pesos observados por la Auditoría Superior del Estado —con un daño patrimonial de arriba de los 260 millones—y entre ellos un rubro particularmente estridente: 51.7 millones de pesos convenidos con la Universidad Autónoma de Chapingo, máxima casa de estudios agropecuarios (sic), con 27 millones y medio pagados sin evidencia clara de su uso, sin otra explicación más que el eufemismo de la «colaboración técnica».

Puebla capital, ciudad de ángeles y asfalto, se asoma hoy a los frutos podridos de un convenio firmado en nombre del medio ambiente, pero ejecutado en nombre de la costumbre nacional: gastar sin dejar rastro.

No es poca cosa. Se trata de un caso en que el discurso ambiental se convirtió en pantalla para justificar el desvío, en que el lenguaje técnico sirvió para ocultar la falta de trabajo real. El convenio con Chapingo, firmado con bombo institucional y lenguaje florido sobre polinizadores, cuidado del arbolado urbano y paisajismo, hoy se revela como un cascarón vacío.

¿Dónde están esos estudios? ¿Dónde los diagnósticos, los planes de manejo, la recuperación ecológica, la conservación de corredores biológicos? Nadie lo sabe. Ni la secretaria de medio ambiente de Lalo Rivera, Myriam Arabian, ni el actual secretario, Iván Herrera Villagómez, que admite no contar con insumos técnicos derivados del convenio, ni Chapingo, que hasta ahora ha guardado un silencio del tamaño del presupuesto entregado.

Lo único concreto es lo que la Auditoría dejó asentado: más de 40 facturas y 27.5 millones de pesos en irregularidades.

Aquí aparece un nombre. Edel Ojeda Bustamante, coordinador de proyectos de la Unidad Gestora de Servicios Tecnológicos de la UACh. Nombre largo, responsabilidad borrosa. No es un desconocido.

Antes de vendernos dictámenes arbóreos sin sustento, ya había sido usado como escudo técnico de la minería a cielo abierto en su natal Guerrero. Desde su cargo como secretario técnico de la comisión del ramo en el congreso local, defendió prácticas extractivas que, a la vuelta de unos kilómetros, en su Teloloapan natal, causaron tal daño ambiental y social que motivaron investigaciones en la anterior legislatura. También, años antes, en tiempos de Zeferino Torreblanca, como secretario de desarrollo rural del mismo municipio fue artífice de embaucar a cientos de campesinos, al desviar centenas de toneladas de fertilizantes para apoyar políticamente al cacique local. Apellidos realmente virales.

Pero Chapingo no se mancha por un hombre o un nombre, como su rector Ángel Garduño, que está en funciones gracias a un amparo contra una alumna que lo acusó de violación; alumna que terminó corriendo por «bajo nivel académico». Se mancha porque ha sido parte —recurrente— de una maquinaria institucional que vive del campo sin transformarlo. Año con año, recibe millones de pesos (este año cerca de tres mil millones y medio) para cumplir una misión que nunca termina de concretarse. Siquiera de iniciarse. Hablan de innovación, pero enseñan esquemas diseñados para otro siglo. Hablan de extensión rural, pero no extienden soluciones para la realidad global. Hablan de justicia agraria, pero sus convenios terminan en oficinas, no en el campo.

Este caso no trata de árboles. Trata de cómo se siembra el discurso y se cosecha el saqueo. De cómo instituciones públicas, tanto municipales como académicas, simulan colaboración para cubrir un intercambio sin control. Trata de una ciudad que hoy no tiene información clave para enfrentar una crisis ambiental porque alguien decidió que lo importante era facturar, no cumplir. ¿Cuántos árboles cree que caigan en estos días por las intensas lluvias y nulos diagnósticos? Esperemos ninguna desgracia.

Chapingo presume en su lema que enseña “la explotación de la tierra, no la del hombre". La tierra, que no fue diagnosticada ni tratada como se prometió. Y al hombre, que paga con sus impuestos los convenios fantasmas de los que no recibe ni sombra de un encino moribundo. Fue enseñarnos que pueden hacer ambas. Al mismo tiempo.