La redención del lirio está en marcha. O al menos eso nos dice el gobierno poblano, que ha invocado la resurrección de la letrina pública que es Valsequillo como símbolo del nuevo orden. Los gobiernos como los imperios, se desvelan soñando con monumentos que expíen los pecados. FertiPue es como le llamaron a este —presentado hace dos meses— donde se busca tomar el lirio, tratarlo, y convertirlo en una suerte de fertilizante.

Pero toda redención exige un sacrificio, y el gobernador Alejandro Armenta ya ha pedido el suyo: presenten el proyecto o entreguen la renuncia. Para este viernes. Las cabezas tiemblan. La burocracia se encoge. El tiempo, implacable, avanza. Como suele pasar, la técnica ha sido sustituida por la urgencia, y la ciencia, por el plazo.

El ultimátum, como todos los ultimátums, no busca soluciones, sino culpables. Y así, Rebeca Bañuelos Guadarrama, titular de la Secretaría de Medio Ambiente, Desarrollo Sustentable y Ordenamiento Territorial y encargada del proyecto, se encuentra en la incómoda posición de elegir a quién ofrecer. Por jurisdicción o por sorteo, podría ser la directora de seguridad hídrica, Adriana González César, o el director de gestión de recursos naturales y biodiversidad, Aldo Osorio Ochoa. Pero bien podría ser cualquiera en la cadena alimenticia burocrática, porque el proyecto no ha logrado ni lo más básico, generarle un acta de nacimiento: registrar el nombre FertiPue ante el IMPI.

La realidad, como la porquería que arrastra el Atoyac y el Zahuapan a Valsequillo, no entiende de discursos. Porque en este país, tan dado a confundir el deseo con la posibilidad, nadie se detuvo a preguntar si el lirio podía ser realmente redimido. Nadie explicó que estas plantas no se compostan sin un proceso caro, intensivo y profundamente inviable para un estado con recursos limitados. Nadie advirtió que lo que nace de un pantano cargado de metales pesados no se transforma mágicamente en esperanza agrícola, sino en residuo con nombre legal y etiqueta de riesgo.

La verdad es otra, menos lírica y más pedestre: el lirio que habita Valsequillo ha bebido durante años los venenos de nuestras industrias, los sedimentos de nuestra indiferencia. Su cuerpo vegetal está saturado de lo que evitamos mirar. Plomo, cadmio, arsénico. Y lo que nos quieren vender como fertilizante es, en el mejor de los casos, una compostura poética sin impacto agrícola real.

Pero eso no es todo. El sueño de FertiPue no sólo es técnicamente inviable, sino conceptualmente chocante. Porque si de verdad buscamos erradicar el lirio —como se nos ha dicho—, ¿qué sentido tiene montar una industria que dependa de un insumo cuya escasez sería, paradójicamente, su mayor éxito? ¿Cómo construir una cadena productiva en torno a un recurso cuya desaparición es el objetivo final? ¿Qué clase de planeación siembra su futuro sobre la extinción de su materia prima?

Queda esperar al viernes. A ver qué cabeza se ofrece al altar de lo impracticable. O qué documento pretenden alzar como prueba de vida ¿Qué membretes se atreverán a pegar…SEMARNAT, BUAP, CONAGUA, IPN, PROFEPA? Pero la pregunta verdadera —la que nadie en el gabinete parece formular— sigue flotando entre las aguas grises casi negras de Valsequillo: si queremos erradicar el lirio… ¿Qué tanto sentido hace crear una industria que dependa de un insumo con fecha de expiración? Es pregunta.