Las declaraciones del empresario José Luis Salinas, quien afirmó que “ser director del Metro es mejor que ser gobernador de Tlaxcala” durante una reunión privada donde "destaparon" a Adrián Rubalcava como titular del Sistema de Transporte Colectivo más grande del país, desataron una oleada de reacciones en Tlaxcala y la indignación no se hizo esperar.
Quienes más alzaron la voz fueron senadores, diputados y funcionarios de Morena, quienes exigieron respeto al dueño de las franquicias del "Pollo Feliz". Las y los representantes del partido guinda salieron en defensa del legado histórico y cultural del estado, demandando una disculpa pública por parte del empresario.
Sin embargo, lo que resulta llamativo es lo selectivo de esa indignación. Los mismos representantes que hoy se muestran ofendidos, guardan un silencio cómplice ante problemas mucho más graves que por años han manchado el nombre de Tlaxcala, como la trata de personas —por la que el estado ha sido estigmatizado incluso a nivel internacional—, los feminicidios, y los abusos de poder cometidos por autoridades de su propio partido.
Han permanecido callados ante hechos como la adquisición de vehículos blindados por parte del gobierno estatal, o la imposición de funcionarios foráneos en el gabinete de la gobernadora.
Incluso, el escándalo más reciente —donde familiares de Karina Erazo, líder sindical y ahijada de la mandataria, fueron vinculados a delitos como narcomenudeo, corrupción de menores y presuntos ritos satánicos— no fue suficiente para que alguno de estos morenistas alzaran la voz.
No cabe duda: los representantes de Morena son candil de la calle y oscuridad en su casa cuando se trata de exigir respeto por Tlaxcala.