Al menos 70 mil de los 230 mil presos que hay en las cárceles mexicanas reciben a diario atención y consuelo de religiosos y laicos que, al amparo de la Orden de la Merced, ponen en práctica de los Lineamientos de la Pastoral Penitenciaria de la Iglesia Católica aprobados para México.

Mari Carmen Rodríguez, quien fue juzgada y sentenciada a 16 años de cárcel por lavado de dinero, estuvo en el Reclusorio Norte, en las cárceles de Tepepan y Santa Martha cumpliendo su condena.

Fue testigo de situaciones como corrupción, violencia, abuso de poder, prostitución, narcotráfico, drogadicción, tortura, explotación, insalubridad, hacinamiento, abandono, falta de trabajo, de educación, de oportunidades, de consuelo, de reconocimiento a su dignidad humana.

Sin embargo, en lo más duro del encierro, una mano extendida, desinteresada, le indicó el camino de redención, una luz de esperanza iluminó su cautiverio y le hizo ver que la reinserción en la sociedad es posible.

Desde su fundación en 1218 en España la Orden de la Merced se especializó en la atención, cuidado y asistencia de los cautivos para que no perdieran la fe en Dios en los momentos difíciles de la pérdida de libertad; fue el clavo ardiente al que se sujetó Mari Carmen para soportar la travesía en el desierto.