Hoy, Viernes Santo, contemplamos hasta dónde ha sido capaz de llegar Dios en su amor por nosotros. Para hacerlo mejor, quienes tenemos entre 18 y 59 años observamos el ayuno, haciendo una sola comida fuerte y dos muy ligeras; y a partir de los 14 años nos abstenemos de comer carne roja.
Para comprender mejor lo que hoy contemplamos, nos son de gran ayuda el rezo del Vía Crucis, que se celebrará en las parroquias y por las calles, y que en Catedral fue a las 10 de la mañana; así como la magna Procesión que saldrá de Catedral al mediodía, y que recorrerá las principales calles del centro histórico.
La Liturgia de la palabra, la adoración de la Cruz y la distribución de la sagrada comunión, que se celebra por la tarde, nos ayuda a recordar y a vivir que Dios, creador de todas las cosas, no nos abandonó después de que cometimos el pecado “original”, por el que, alejándonos de Él, quedamos divididos con nosotros mismos y con los demás, el orden de la creación se alteró, y el sufrimiento y la muerte entraron en la historia.
Dios nos amó tanto que envió a su Hijo para liberarnos del pecado y de la muerte, y para hacernos hijos suyos, miembros de su familia la Iglesia, partícipes de su vida plena y eternamente feliz. A nosotros nos toca “estrechar” su mano salvadora viviendo como Jesús nos enseña: amando a Dios, amándonos a nosotros mismos, y amando a los demás.
A veces pensamos que esto no es posible cuando nos sentimos traicionados y abandonados por aquellos en quienes confiábamos; o cuando padecemos algún problema o enfermedad.
Sin embargo, Jesús, que también supo lo que era el sufrimiento, nos demuestra que sí es posible seguir amando, aún en medio de la adversidad. Él, traicionado por uno de los suyos y abandonado por sus amigos, fue calumniado, humillado, golpeado e injustamente condenado. Despojado en la Cruz, conoció la peor de las crisis económicas. Clavado y agonizando, experimentó la enfermedad. Y aún así se mantuvo fiel en su amor a Dios y a nosotros, viviendo así plenamente con identidad y libertad.
Venció al mal con el bien, pidiendo a Dios nos perdonara y salvando al ladrón arrepentido. Además, nos regaló por Madre a María Santísima. Y muriendo en la Cruz y entregándonos su Espíritu, nos ha mostrado que el amor es más poderoso que el pecado, que el mal y que la muerte.
Todo esto se actualiza en la Eucaristía, sacramento que Jesús nos ha dejado para participar de su sacrificio. En ella nos comunica su fuerza para vivir como lo que somos: hijos de Dios, que es amor.
¿Y qué le espera a quien viva así? Una vida totalmente dichosa que jamás tendrá fin, como lo vamos a celebrar el sábado por la noche en la Vigilia Pascual, donde proclamaremos que Jesús resucitó, alegría que se prolongará durante los cincuenta días de la Pascua, llenándonos de esperanza.