Las costumbres van desde la colocación de una pequeña ofrenda en casa, pasando por la visita y serenata a sus difuntos en los panteones, hasta los monumentales altares, donde no importa gastarse hasta 50 mil pesos. En todos estos pueblos clásicos de la provincia mexicana se respiró el misticismo.
En el estado de Puebla existen tradiciones muy afamadas, tanto a nivel nacional como internacional, organizadas en los municipios de Huaquechula, Xochitlán y San Gabriel Chilac, entre otros.
Mosaico de tradiciones
La conmemoración de los fieles difuntos se registra en todas las comunidades poblanas, desde las ciudades hasta las regiones más apartadas, sin importar condiciones sociales.
En Acatzingo, la forma en que dan la bienvenida a los fieles difuntos está plagada de comida típica de Puebla, así como de adornos multicolores que las personas preparan con tiempo, para el 2 de noviembre, día en que no importa hacer el gasto con tal de celebrarles su día.
Los habitantes de esta región tienen la costumbre de ir a pasar un buen rato con sus difuntos y las visitas al panteón se hacen desde las 5 y hasta las 6 horas.
En Zacapoaxtla, el cempasúchil (la flor de los 400 pétalos), exuberante, cubre las tumbas y las ofrendas caseras con su intensa tonalidad amarilla.
Familias mestizas e indígenas de esta región utilizan los pétalos de esta flor para elaborar cruces, orientadas siempre hacia un punto cardenal. Con las guirnaldas se adornan las cruces de madera y las portadas de las iglesias y capillas.
Para que las ánimas encuentren los altares de las casas en donde vivieron algunas familias, sobre todo en el medio rural, la gente traza pequeños caminos de pétalos en las calles y forman senderos amarillos que atraviesan patios y recámaras, y que terminan frente a los altares.
Esta tradición aún vive en municipios como Zacapoaxtla, Xochitlán de Vicente Suárez, Jonotla y más de 30 entidades de la región, una costumbre que, según escribió Fray Bernardino, existe desde hace más de 500 años.
En municipios como Huehuetla, Ixtepec y la zona totonaca es muy común observar fotografías de los muertos en el centro de la ofrenda, rodeado de largas veladoras y cirios.
En Pahuatlán, lugar que vio nacer el papel amate, transforman estos pliegos floridos en murales alusivos al Thanatos. La gente utiliza el amate, fuente de ingresos de comunidades completas, como la de San Pablito, para honrar a los que nos precedieron en este devenir.
En Huauchinango, en sus colonias y barrios, la gente no olvida la tradición del Día de Muertos. Ahí siguen esperando, la noche del 31 de octubre, la llegada de los difuntos, colocando un camino amarillo de flor de cempasúchil, líneas que se extienden por Tlaola, Chiconcuautla, y hasta pasar por Necaxa y Xicotepec.
En los mercados de esos lugares, el olor a copal se confunde con el aroma del café, allá por Zihuateutla, donde cada vez hay menos gente, pues enfrentan algo similar a la muerte: la migración.
Mientras tanto, en Tlacuilotepec y Tlaxco, los tamales y el aguardiente están listos para que cualquier extraño pueda compartir el altar, pero siempre reservando lo dulce para los “muertos chiquitos”, que llegan el día primero; los grandes, para el dos.
En Tecamachalco, el altar para el difunto es una costumbre que sobrevive; antiguamente se ponía en la sala de la casa, a la vista de visitantes y amigos.
En la iglesia se coloca un altar mayor dedicada a los héroes de la Independencia de México, donde la ofrenda simboliza toda una tradición de la cultura popoloca.
Las personas que viven en San Gabriel Texzoyacan gustan de ir y llevar flores a las tumbas de sus muertos, pero para otras representa todo un rito que comienza desde la madrugada, cuando muchas familias hacen altares de muertos sobre las lápidas.
Estos altares tienen un gran significado, ya que se cree que con ello se ayuda a los muertos a llevar un buen camino durante la muerte; por la noche, los habitantes se visten de Chinolas y realizan sus poemas y, en ocasiones, realizan su tradicional “Baile de Muertos”.
Huaquechula
Tal vez, la más afamada de las tradiciones sea la del municipio de Huaquechula, donde desde este 1 y 2 de noviembre se colocaron 25 monumentales ofrendas o altares para las personas que fallecieron en el último año.
Eugenio Reyes Eustaquio, conocido fabricante o instalador de ofrendas de la región, afirmó que cada año crece más el número de ofrendas “piratas” en la zona, debido, en gran parte, a la crisis financiera de las familias.
Al respecto, reconoce que los costos de los monumentales altares —que llegan a medir hasta 3 metros— es muy alto, por lo que mucha gente prefiere hacerlos un poco más pequeños, sin lo necesario o tradicional, para ahorrar dinero.
Según la costumbre, que data de 1450, antes de la llegada de los españoles, la fiesta principal de Huaquechula comienza desde el 28 de octubre y termina el 2 de noviembre. Los preparativos para la celebración comienzan desde el instante del fallecimiento de un miembro de la familia.
Así, se colocan todo tipo de pan, como las hojaldras, así como chocolate, mole, tamales, frutas y dulces de la temporada; incluso música u otros de sus gustos, como cigarros o licor.
Cuetzalan
Hay quienes siguen la costumbre de poner su ofrenda como medida preventiva, porque se dice por ahí que el espíritu de los difuntos se lleva a quienes lo olvidan.
Si bien es cierto que en Cuetzalan la muerte es vista con cierto dolor, también se asimila como algo natural, porque se considera que morir es sólo el alejamiento material de este mundo y el paso hacia un más allá.
“Cuando morimos, la carne se va a dejar al camposanto, pero el espíritu no sabemos, el espíritu no muere porque es fuerte”, reza un famoso dicho de la comunidad, ubicada en la Sierra Norte de Puebla, a dos horas y media de la ciudad de Puebla.
La característica principal del festejo a los muertos en este lugar turístico no es precisamente la postura de la ofrenda, sino la manera en que entierran a sus muertos, al proveerlos con todo lo que necesitan durante su viaje al otro mundo, que durará siete años, después de los cuales se irán definitivamente.
En el ataúd se colocan siete granos de maíz, siete granos de frijol, siete tortillas, siete cruces de palma bendita, cera bendecida, agua bendita en un guaje y espinas, para que no los molesten los malos espíritus.
Las imágenes, las velas y las ceras alumbran el camino de quienes tendrán que llegar, un caminito hecho de pétalos de flor de cempasúchil, que va desde donde se tendió el muerto hasta la salida de la casa.
Chilac, patrimonio cultural
San Gabriel Chilac es una comunidad situada cerca de la ciudad de Tehuacán. Esta población era popoloca de origen y después fue conquistada por los españoles.
Desde la noche del día primero se empezó la actividad acarrando, limpiando y adornando todo. El panteón se convierte en el centro de la actividad, hay flujo de ofrendas, flores, carrizos y cruces.
Los días 1 y 2 de noviembre llegan cientos de turistas para apreciar las ofrendas que los chilecos dedican a sus difuntos.
Recordar al ser querido es todo un rito. Los preparativos dan inicio un mes antes de la llegada de los muertos, quienes año con año arriban al Tlalticpac (mundo terrenal).
Las cruces son restauradas por los artesanos de la comunidad, los cuales se postran a un lado del camposanto, en donde les esperan tareas muy fuertes para dejar en buenas condiciones las cruces, para que el día del “mikailhuitl” luzcan y estén bien presentables.
La población en general acude al camposanto para acondicionar el lugar en donde se encuentra la tumba, para después hacer jacales de carrizo.
El 31 de octubre es el día en que los niños hacen acto de presencia, en los hogares esperan ya el tan anhelado encuentro, las ofrendas están listas.
“Bienvenido, mi niño. Aquí están tus hermanos, nosotros también. Estamos reunidos todos en presencia tuya, estamos felices, mi niño. Prueba tus dulces, nosotros estamos junto a ti, te estaremos cuidando”, dice el rezo.
El 1 de noviembre, durante la madrugada, se hace una misa de intención por los difuntos. Esta misa tiene una característica muy especial: la población en general acude a misa.
Desde que salen de sus hogares encienden una cera o vela, la cual llevan por el camino que conduce a la iglesia. Estas velas o ceras encendidas tendrán que permanecer hasta que termine la misa de intención, por lo que la luz local de la iglesia se mantendrá apagada.
Las rezanderas, que son unas verdaderas artistas, entonan las letanías al compás del armonio instrumento de pedales y emiten sonidos con el aire, mujeres liricas que manejan el armonio con gran profesionalismo.
Este 2 de noviembre se constituye como la culminación del festejo y el reencuentro con sus muertos, quienes, con el permiso del Dios omnipotente, llegaron al Tlalticpac (mundo terrenal).
Los mariachis deleitan a los que despiden para regresar al más allá con cantos, plegarias y rezos que se escuchan por doquier. Todos se congregan en este camposanto, en donde se tiene la visita de antropólogos de varios países del mundo, así como también de turistas nacionales.
Xochitlán
Xochitlán de Todos Santos, ubicado a tan sólo tres horas de distancia de la capital poblana, espera la tradición con aroma a incienso y flor de cempasúchil, que inunda las pequeñas calles del poblado de poco más de 4 mil habitantes.
En el lugar se lleva a cabo la tradición con una muestra de vistosas ofrendas y visitas al panteón, con una velada a su respectivo muertito.
La Dirección de Cultura y Turismo de dicho municipio destacó la riqueza cultural de la población, entre veladas en el cementerio, la elaboración de grandes ofrendas, con tamales de mole, ixticoco y el pan de huevo, para “acompañar” a los difuntos.
Pero lo que hace distinta a esta comunidad ubicada en la Sierra Negra de Puebla es la Danza de las Mascaritas, propia de la Huasteca, con su variado repertorio de personajes.
La noche de este 2 de noviembre se realiza una pequeña procesión por todo el pueblo, con bailes en las entradas de las casas, en espera de recibir parte de los alimentos ofrecidos en el altar de la ofrenda.
Desde el 30 de octubre por la tarde, los visitantes han podido admirar la exposición de ofrendas, que los habitantes prepararán con base en sus costumbres y tradiciones, donde estarán presentes las comidas típicas del lugar.
La elaboración de cada uno de estos altares tiene un costo que varía desde los 500 hasta los 3 mil pesos.
Este lunes 1 de noviembre se expusieron los conocidos globos de cantolla y, a la par, se exhibirán globos más elaborados, en los que se llegan a utilizar de 4 a 2 mil pliegos de papel china, dependiendo del diseño.