Estimados hermanos como cada domingo, día del Señor, la Palabra de Dios, nos ilumina en nuestra de vida fe. Desde el domingo pasado comenzamos a meditar el capítulo 6 del Evangelio de San Juan, que iniciaba con la multiplicación de los panes por parte de Jesús, alimentado a una multitud de personas.

Como es habitual en el evangelista, después de que Jesús realiza este sorprendente signo, inicia una profunda catequesis, que en este caso la llama el “discurso del pan de vida”. Éste y los siguientes domingos estaremos meditando los diversos  fragmentos de este texto sagrado, que es eminentemente una profunda reflexión Eucarística, y nos ayuda a comprender el valor y significado de la Eucaristía para la vida de la Iglesia, ya que vive y se alimenta de ella.

Esto nos recuerda el trágico y a la vez heroico hecho que sucedió en el año 304 en Abitinia, actual Túnez, en África, cuando el procónsul Anulino preguntó a 49 cristianos arrestados por celebrar la Eucaristía Dominical: “¿Por qué lo hicieron, si sabían que el castigo sería la muerte?” Desobedeciendo la prohibición del tirano emperador Dioclesiano, entonces, uno respondió: “Porque sin la Eucaristía dominical no podemos vivir”. Así también la Iglesia de nuestros tiempos no puede vivir sin la Eucaristía.

Especialmente los domingos, porque como dice el hoy Papa Emérito Benedicto XVI: “Participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan Eucarístico y experimentar la comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad”.

“Es una alegría ya que en ella encontramos la energía necesaria para el camino que debemos recorre cada semana”. Porque: “No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios (Aclm. Mt. 4,4)”.

Valores del espíritu 

Por Jesús invita a sus interlocutores a interesarse por los valores del espíritu, que no lo sigan simplemente buscando beneficios temporales, que para alcanzar el alimento que da la vida eterna se abran a la fe, el único camino para obtenerla. 

Es creer en él, aceptarlo en nuestra vida, adhiriéndonos a él, es decir, amarlo, no sólo es cuestión de obras concretas sino de actitudes profundas, de manera que el proyecto de Jesús se vaya haciendo presente en nuestra propia vida. 

Reconocer el amor de Dios, por medio de su hijo Jesús, que tanto nos ha amado, y que se ha querido quedar en la Eucaristía, donde encontramos al que el pan de vida, el que lo come no tendrá hambre, y el que cree en él nunca tendrá sed.

Qué profunda enseñanza nos da Jesús, donde él se da como alimento, para darnos fuerzas para caminar cada momento de nuestra vida, y nos invita a trabajar cada día por este alimento que dura para la vida eterna.  

La Eucaristía es fuerza sobrenatural que mueve la fe. Alimentando la fe y devoción con el pan de ésta estamos seguros de vencer a los más difíciles enemigos, estamos seguros de llegar, no ya a la posesión terrestre, sino a la patria celestial, donde nos han precedido los cristianos que han encontrado en la Eucaristía su fuente de vida.

Comunidad de Dios

De ahí la importancia de acercarnos cada domingo a la “Misa”, no por un simple cumplimiento de una norma que nos es impuesta y ya, sino todo tiene sentido en encontrarnos como comunidad de Dios que se alimenta de su Palabra y del cuerpo y la sangre de Jesús, el “Pan de vida”.

No es que no sea importante nuestra vida ordinaria y la búsqueda de nuestro pan material, sino que todo eso cobra un verdadero sentido en el pan bajado del cielo, Jesús mismo, que nos ayuda a encontrarle el verdadero sentido a nuestra vida, a nuestro trabajo, a cada momento, por eso asistir a misa cada domingo no es un simple mandato, sino una necesidad, encontrar en él la luz, la fuerza y el sentido para nuestro caminar diario. 

Confiemos en Jesús, que hecho uno de nosotros, se nos entrega en la Eucaristía para darnos la fuerza de su amor que nos restaura cuando, aunque los problemas y sufrimientos de la vida, parezcan que nos vencen. 

Por medio del Sacramento de su cuerpo y de su sangre, nos ayuda a vivir en plenitud, dándonos su gracia para que seamos buenos y comprensivos con todos, capaces de perdonar, de hacer las cosas diferentes y mejor, de tal manera que busquemos hacer un mundo más humano. 

El Hijo de Dios quiere vivir –exclama San Agustín–, tiene de donde vivir; acérquense, crea, incorpórese para que sea vivificado (In Ioannem trac., 26). ¡Hagamos la prueba, acerquémonos a la Eucaristía, y veremos que bueno es el Señor! (Sal 33) .

Israel Pérez López