Los diputados educen su chamba a la aprobación de aquellas leyes y decretos que les son redituables política y económicamente; acto seguido se dedican a gestionar un nuevo puesto porque para muchos ser legislador no es de mucho agrado, salvo para los principiantes que ven en el Congreso el modo de instruirse en esa clase de meandros.
Los políticos enviados por sus partidos a representar distritos, lo toman con desdén porque tres años en el Congreso son tres años de inactividad (no pueden moverse más que dentro de su demarcación), hay que someterse sin chistar al dictado del Ejecutivo, y sobre todo porque como legisladores no brillan, y no brillan porque no tienen acceso a la gran chequera que es la que hace la magia.
Incluso los alcaldes de los pueblos cada vez son más rejegos y, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, los de ahora ya no se dejan intimidar fácilmente con la amenaza de la aprobación de la cuenta pública, y difícilmente entregan a su diputado distrital cantidades fijas de dinero dizque para el pago de asesorías y mantener vivo el contacto con la gente. Como si el deber fuera del alcalde y no del postulado.
Tampoco se prestan a la contratación de empresas recomendadas por su señor diputado, sean contables o de construcción. Así es que el Legislativo —como uno de los tres Poderes de gobierno— se mantiene como una de los platillos menos apetecibles por los prohombres de la política. Los únicos que pelean diputaciones son los alcaldes más recónditos como manera de vencer la asfixia aldeana, pero difícilmente logran su cometido, porque en general no están en el ánimo de los partidos y en el caso de estar, no tienen dinero para sufragar una campaña.
La causa de fondo es que ser un buen legislador, hacer efectivo en el Congreso la voluntad y anhelo de sus representados, no es redituable políticamente. Lo impide la organización política. Un buen legislador no puede apelar a su buen desempeño frente a sus electores, y buscar reelegirse para un nuevo periodo consecutivo, porque se lo prohíbe la ley. Así es que si quiere hacer carrera o sobrevivir políticamente, no tiene más opción que agraciarse con el Ejecutivo, para que desde allí se le abran las puertas a nuevos puestos.
Pero como lo sabe cualquiera que haya asistido a una escuela pública a clases de civismo (en las privadas de ahora se imparten valores católicos), eso es tanto como contravenir uno de los principios supremos de nuestra sacrosanta Constitución política, pues es equivalente a reunir en una sola persona dos poderes a un mismo tiempo: el Ejecutivo y el Legislativo. Y eso no, por lo menos en la letra.
La culminación de esa larga cadena de inequidades del Legislativo se puede apreciar físicamente en el patio central del Congreso del estado, en el que literalmente se ha levantado por estos días un altar. Los miembros de la presente legislatura, para celebrar en grande el primer periodo de sesiones, determinaron tomarse una gran fotografía engalanados en colores subidos de sepia y negro, la imprimieron en lona, montaron una especie de montículo prehispánico en el centro del patio morisco, y lo cubrieron con el retrato. Más que una imagen laica es un altar. En el que al pie, debidamente sostenida por una peana roja, faltan las veladoras y los cirios.
El problema no siquiera es la escenografía chabacana o las lecturas que se hagan de ella, laicas o no. El problema de fondo es que en la parte baja de la lona se enlista las actividades llevadas a cabo por los 41 diputados en su primer periodo de sesiones. Y una de las actividades que más ha llamado la atención de los visitantes es aquella que refiere que “se tomó protesta al Voluntariado del H. Congreso del Estado”. ¿Así saldremos adelante?
El Congreso es una de las zonas vitales para arribar a condiciones de mejoramiento social y económico, en la medida que los diputados hagan su parte. Pero para ello se precisa de diputados que piensen y actúen en función de sus representados. De no ser así, las cosas seguirán por la misma ruta del pasado. Con la salvedad de que en el pasado había la esperanza remota de que cuando se arribara a la alternancia…, al rato ni eso tendremos.
Nota: ya sé que este tipo de comentarios son antipáticos, antipopulares, que no se leen, que se salen del canon dominante del periodismo local, el que en general suele buscar temas picantes y ligeros. Entre más ligeros, mejor. Pero me parece también que alguien tiene que intentar ir a la raíz de los problemas.