De los norteños dicen muchas cosas. Que somos malhablados, confianzudos, directos, borrachos, “sombrerudos” y pa’ acabarla de amolar que pronunciamos palabras, de manera incorrecta, como “dijistes” “vinistes” “subistes” “bajastes”, “haigas” y una interminable lista que no cabría en este espacio.
Cualquiera pensaría que esa característica es consecuencia de la falta de educación o del nivel económico, pero la realidad es que la inevitable cercanía con los Estados Unidos, el “pocho” y las costumbres de este lado del país nos llevaron a transformar (¡que mal!) nuestro extraordinario idioma.
El próximo 3 de julio habrá elecciones en varios estados de la República, entre ellos Coahuila, donde actualmente me encuentro por cuestiones personales.
Siempre he tenido claro las diferencias culturales que hay entre Puebla y este estado, pero jamás me había percatado de la diferencia abismal en la forma y modo de hacer campañas políticas.
Aquí, al contrario de ser una decisión gandalla y poco ética políticamente, uno de los candidatos es el hermano del gobernador (ahora con licencia). Los lazos familiares no sólo representan una “virtud política” como diría González Molina en sus análisis de personalidad, sino que la misma oposición lo festeja, pues “costará menos la guerra sucia”. Increíble, ¿no?
Rubén Moreira —el gordito de la familia— llegó a dirigir el PRI en el estado. Él mismo, con el aval de su hermano Humberto —el “gober bailarín”, ahora respetable líder nacional del tricolor— se “autonombró” (no existe el término que utilizo, como tampoco el “dedazo”) candidato a la gubernatura. Obviamente, con “Beto” allá arriba, pues nadie podría oponerse a tan democrática decisión.

Si mi príncipe no es azul, que mi gober sí lo sea
La oposición debía contrarrestar el apellido Moreira, por lo que eligió a un político que se ha “codeado” con las esferas nacionales (cosa que es complicada para los habitantes de Coahuila pues, aunque no lo crea, ni las aerolíneas quieren instalarse). Guillermo Anaya es exdiputado local y federal, expresidente municipal de Torreón, la segunda ciudad más importante de la entidad y hasta senador, “sí, señor”.
El priista conserva la personalidad norteña. Su slogan de campaña, “Más mejor”, ha impactado a propios y extraños pues aunque no justifico su aberración lingüística, la realidad es que utilizó recursos que le favorecen con el pueblo, y al pueblo lo que pida (además, me apena admitirlo, ¡pero así dicen por acá!). Su lenguaje relajado, directo y a veces, pareciera que sin tintes políticos, lo ha colocado como favorito en las encuestas. Salió bueno para el “choro”, saludador y, por supuesto, bailarín.
Guillermo Anaya del PAN, es “galán”, dicen por estos rumbos (creo que tiene lo suyo), es joven y su nivel político es más que notorio. “Si mi príncipe no es azul, que mi gober sí lo sea”, leí en el muro del Facebook de una amiga. ¡Qué ingenioso!
Ambos personajes asumen su papel. Actúan como productos y están conscientes de que la mercadotecnia es fundamental en los resultados del primer domingo de julio. Las propuestas y compromisos están plasmados en volantes que “ya leerán en sus hogares”, mientras los discursos, mítines y caminatas son fiestas para votantes.