Carta abierta
Señor don Miguel A. Fernández de Masarambroz,
cónsul general de España en México.


Muy distinguido señor cónsul:
Ha sido un gran gusto saludarle y tenerle en la muy bella plaza de toros Jorge “El Ranchero” Aguilar, de la no menos bella y señorial Tlaxcala. Desde su barrera de primera fila de sol, tenía usted de frente la hermosa vista de la monumental torre exenta del convento franciscano del siglo XVI, y le llamamos exenta por encontrarse por fuera, en lo que es el atrio del templo y no formar parte de la estructura-fachada del mismo.
Esta torre-campanario da resguardo junto con la barra del atrio al graderío, tendido de sol y que se continúa con el enrejado tras del que decenas de aficionados disfrutaron de a gratis la tarde de toros, por aquí décimos “de gorra” o “de a grapas”, el disfrutar de un espectáculo sin su pago.
Se trataba de la corrida benéfica para el DIF de Tlaxcala con toros de la ganadería de Tenexac, propiedad de nuestro amigo Sabino Yano Bretón, crédito de propietario que comparte con sus hermanas, principalmente con Paz Virginia, quien es la que más tiempo pasa de hacendosa en la hacienda del mismo nombre que significa en náhuatl “junto al cerro de cal”.
De ahí que bien entendemos que su presencia obedecía a atender la invitación hecha por el ganadero. Abrió plaza Federico Pizarro con un terno color malva y oro con remates blancos, faja y corbatín verdes. Fue él quien al final se alzó como triunfador con el corte de tres orejas.
Le siguió en orden de lidia el matador Jerónimo, de azul pavor real, con áureos bordados rematados en cabos blancos, con roja faja y corbatín del mismo color. El salmantino Eduardo Gallo vistió de sangre de pichón con bordados en oro, cabos y remates blancos, con elegante corbata y fajín negros.
Fue a él a quien tocó en suerte la lidia del quinto, como su segundo; toro de pelaje cárdeno claro, nevado de los cuartos traseros, de curiosa y rara melena negra, aunque no muy larga que le parecía lucir “aleonado”, fue de este ejemplar que escuché al ganadero su comentario de que le había tomado poco más de veinte años de trabajo genético, selección de cruzas para llegar a lucir un toro así en la plaza.
“Palomo” se llama el semental del que viene, y él padre, el tal “Palomo” es producto de inseminación artificial, lo que prueba el esfuerzo de los ganaderos por superar y mejorar sus crías, por ello resulta preocupante lo que todos vimos, no sin dejar de fruncir el entrecejo ante la caída de cada uno de los toros lidiados, caída ocurrida siempre al salir del caballo.
Y no es para menos, aunque al domingo, día siguiente en la Gran Plaza, vimos ocurrir lo mismo con los ejemplares de Juliam Hamdam, ganadero que proviene de casa de gran prosapia y abundantes recursos. No, no es la falta y calidad del alimento, se trata de un problema de más fondo y que tiene su origen en la misma consanguinidad que existe y predomina en ciertas casas de ganado criar.
La plática entre ganaderos se centró en los nombres “Macharnudo”, “Partidario”, el dicho “Palomo” y “Tlatoani” que significa “Jefe” o “Señor” en náhuatl, que es la lengua de la que provienen los nombres de todos los toros que se lidian de Tenexac. Tres de los de domingo eran hijos de “Tlatoani”. El problema de la caída de los toros queda en el terreno de las reflexiones, revisión de libros y otras medidas.
Por lo pronto, reitero el gusto de haberlo visto en tan pintoresca y auténtica plaza de toros, sin duda, la presencia de todos nosotros, frecuente y asidua es el mejor. ¡Sí a los Toros!