Lector querido: Tú no estás para saberlo ni yo para contarlo pero, “ya no me cuezo o al primer hervor”, por lo que a veces los “modos” de algunos se me atragantan en el píloro.
Cada vez que voy al consultorio médico a la revisión del achaque dos mil trescientos tengo que pararme para darle mi lugar a una dama, a otra viejita o a alguien más jodido que yo, porque ninguno de los “matalotes” jóvenes rebosantes de salud son para ofrecerle su lugar ni a su santa madre en agonía.
La palabra “gracias” o “por favor” no las conocen…Esta clase de “matalotes” actúan y viven como si nos hicieran el favor de ocupar el mismo planeta que nosotros, es como si gracias a su pródiga presencia el oxígeno llegara a nuestros pulmones.
La gratitud es un acto indigno para un “matalote”. Para la mayoría, sus divinas personas, una muestra de gratitud, por pequeña que sea, es una muestra de inferioridad, una debilidad indignade su grandeza o de su acentuado e indudable “machismo”.
¿Amabilidad?,de qué o por qué. El “matalote·”, cree firmemente que es algo como el chikuncuya, algo que puede provocar la muerte al que le cede el paso a otra persona o quien no estacione su coche en un lugar exclusivo para inválidos.
La amabilidad, decía mi abuela, es un acto de nobleza y de grandeza si te sale del alma. Y es cierto, porque el “matalote” es amable con los que les conviene, con los que les ofrecen una ventaja, pero ser amable con el mesero o con el portero o con “Juan de los palotes” es perder el tiempo y se les pude caer el oro que cubre sus impolutas cabelleras.
Que jodidos estamos, cómo hemos perdido CALIDAD, calidad humana. Lo peor del caso es que esa falta de CALIDAD la heredamos a nuestros hijos y nuestro hijos a nuestros nietos y, así la llevamos, convirtiéndonos en “matalotilandia”; un espacio que una vez fue amable, agradecido, cortés, atento…humano.
Lector querido, cuando llegas a cierta edad, te vuelves débil, hasta un poco frágil.
La bronca es que todos vamos por la vida con una especie de Alzheimer, olvidando todo, lo bueno y lo malo y entre tantos olvidos se va también nuestra propia calidad humana.