Lo que les está sucediendo a los gringos me dan “ñañaras”; se les está moviendo el piso feo. Así debió haberles sucedido a los griegos, a los romanos, a los reyes de España, a los franceses, a los ingleses y demás imperios.
Todos tuvieron un principio, una etapa de florecimiento y gloria hasta enfrentar la dolorosa caída, su doloroso fin.
Uno de los síntomas del principio del fin es cuando los imperios empiezan a culpar a los “otros” de los males propios, porque desde su “imperial” punto de vista ellos son y han sido perfectos desde siempre. Recuerdo la preocupación de Henry Kissinger, cuando el presidente Ford, en los 70, lo felicitó por haber logrado el acercamiento con su archienemigo, China —No señor, le dijo Kissinger, ahora sí debemos preocuparnos, porque antes los norteamericanos teníamos un enemigo en común (los chinos), pero ahora buscaremos al culpable de nuestros males dentro de las minorías, entre nosotros mismos—.
Hoy es la “mexicanada” la culpable, como lo fueron los judíos para los Hitler en Alemania, en su momento.
Así es esto, lector querido: así son los países y los humanos. Cuando nos está “cargando el pintor” sientes que el sufrimiento no tendrá fin, y cuando te va de maravilla no se te ocurre pensar que, esto, también pasará, se nos olvida que nada ni nadie es para siempre.
Por desgracia, esto les pasa con frecuencia a la mayoría de nuestros políticos y gente de poder; no tienen “llenadera”, ni ellos ni su mini imperio…
El poder es pasajero, como todo en este planeta, los reinos y los imperios terminan cuando la soberbia y el apego al poder se desbordan por encima de la conciencia.