Nunca imaginé que los viejos, aquellos, con los que conviví en diferentes momentos de mi vida, tuviesen razón. Siempre los vi como seres lejanos que tenían pensamientos de derrotas y un dejo constante de “cree, lo que te digo, porque así será”.
Hoy, muchos de mis actos y palabras se presentan ante mí como un deja vu ominoso y deprimente de aquellas consejas que, torpemente vi, como anticuadas e ilógicas.
La vida te alcanza, y las palabras también. Pasamos de la etapa de Robin Hood a la de Superman y de la de Superman a la de Donald Trump, y ¿despues?
Todas estas etapas tienen algo en común, nuestra ceguera y una profunda sordera. Porqué nuestros ancestros guardaban un lugar especial para los viejos, al “concejo de los ancianos”.
Yo pienso que ellos, nuestros antepasados entendían con más certeza el valor de las palabras que ven a través del tiempo.
Las palabras, los actos y pensamientos, invariablemente nos alcanzan y nos atrapan cuando las piernas ya no dan para correr, ni los pulmones, ni el corazón tienen la vitalidad para enfrentar con energía los retos que, antes hubieses enfrentado con galanura y elegancia…Si tan sólo hubiese escuchado.
El tiempo es un clavo gigantesco, sujetador de nada, pero que ata el alma al árbol que sembramos en la juventud y que jamás podamos ni regamos.
El árbol creció y nos ha dado sombra y abrigo sin pedirnos nada a cambio: esas son las bendiciones de la vida, los regalos que nos brinda día con día; pero ahora, cuando el tiempo se ha hecho viejo, y yo con él, lo único que me queda es abrazarlo mientras que sus hojas me repiten “escúchame, yo se lo que te digo”, pero el tiempo se acorta y cada día oigo menos…Y ya dejé ser Donald Trump hace años.