Señores feudales en la estructura del Movimiento Regeneración Nacional, casi inadvertidos ante la mirada desaforada de las figuras visibles en la aldea, de la fuerza política emergente más vigorosa en el escenario público, son quienes en realidad trabajan en la construcción de la estructura territorial.

Saben que la encuesta general que coloca a Andrés Manuel López Obrador como la figura dominante en las mediciones de posicionamiento en el contexto de la lucha adelantada por la presidencia en 2018 ayuda, pero no lo es todo. La percepción entre el respetable genera solo eso: percepción de triunfo.

Sin embargo, saben que el día “D” el imaginario colectivo que da por hecho el triunfo del tabasqueño no es suficiente para frenar o inhibir los ejércitos electorales que otras fuerzas poseen, sobre todo el Partido Acción Nacional (PAN), la maquinaria mejor aceitada desde 2010, cuando se hicieron de las distintas instancias de poder público.

En consecuencia, trabajan a nivel de piso, en las colonias populares, barrios y zonas urbanas y semiurbanas. Citan, pactan y acuerdan con quienes en el pasado colocaron sus listas de líderes locales en colonias, barrios y juntas auxiliares al mejor postor para alcanzar la cuota necesaria para asegurar un triunfo más o menos holgado.

En el cálculo de los dirigentes del partido de López Obrador, saben que para poder alcanzar la cuota de un millón y medio de “promovidos”, es indispensable contar con el ejército de movilizadores, coordinadores y supervisores capaces de generar una cantidad de votos suficientes para alcanzar el triunfo.

Y no les es desconocido que en esa lógica deberán disponer de una cobertura mínima de 95 por ciento de las casillas electorales para el día de la elección en la que se juegan el todo por el todo. No les resulta del todo ajeno que para tener representantes de casilla se requiere de quienes conocen cada una de las secciones electorales, sus integrantes con nombre y apellido, número de credencial electoral y hasta la tendencia política que ha marcado su conducta a la hora de sufragar.

Por eso actúan en consecuencia. La estructura territorial tiene un avance de dos terceras partes de ese ejército que se va a requerir una vez que haya comenzado a correr el calendario electoral, en septiembre próximo. El último estirón sucede en estos días, casi está terminado el trabajo.

Y sin embargo, cada vez son más los nombres y apellidos que ya hicieron trabajo electoral para el PAN ahora, y antes para el PRI, que buscan acercar conocimientos, influencia y capacidad de logística para fortalecer la causa de Morena y su aspirante a una candidatura más visible, López Obrador.

Guardan bajo el brazo planos con geolocalización, listas con nombres específicos, liderazgos locales y memorias electorales, entre otros instrumentos para la toma de decisiones en el diseño de la estrategia que será utilizada en un plazo inmediato.

Son empresarios, transportistas, viejos alquimistas del PRI y del PAN dispuestos a sumar a la lucha electoral del partido que desde septiembre pasado dejó de ser visto como el peligro para México.

En el cuartel general de AMLO, los señores feudales saben que llegó el momento de pasar de la consigna callejera, la pinta de bardas y la radicalización discursiva, al diseño estratégico de un plan de acción para pasar de las palabras a los hechos. La desbandada es, a estas alturas, una fiebre política.