Fueron unos 10 minutos los que el reportero tuvo para conversar con el excandidato al gobierno de Puebla en 2004, militante del Partido Acción Nacional, diputado federal y senador de la República, Francisco Fraile García, a quien no pocos le atribuyen haber fichado a perfiles que más tarde crecieron en las tareas políticas y cargos públicos.
Fue una conversación casual, pero llena de significado en un hombre acostumbrado a ser opositor, más que servidor público; su participación en la tribuna senatorial cuando el escándalo de la detención de Lydia Cacho fue notable al exhibir dos botellas de lo que parecía cognac, en alusión a la turbia conversación entre el exgobernador Mario Marín Torres y el empresario textilero Kamel Nacif Borge.
¿Por qué tu silencio Paco?, pregunté a este político que debe andar por los 70 años, vestido en ropaje de color claro como quien ve desde una cómoda y veraniega terraza la escena pública, llena de reyertas entre distintos bandos en la disputa por un pedazo del pastel del poder público.
Anticipó un regreso al escenario en las próximas horas, para después asumir “mi responsabilidad” en el tramo de la historia que solo los iniciados conocen: su participación activa en la incorporación de Rafael Moreno Valle a la filas del PAN, “fui de los que estuvo duro y dale” con el tema de la afiliación del expriista del que ahora casi todos los panistas de la época reniegan.
Tres veces le dijo al reportero “asumo mi responsabilidad…” en ese episodio. “Mira ahora cómo está el partido…”. Acción Nacional, admitió quien se le conoció como “El Pastor” por la influencia política que llegó a tener sobre personalidades como Eduardo Rivera Pérez, el exedil de la capital y delegado del CEN de ese partido en el Estado de México.
La charla sucedió en el lobby del restaurante La Encomienda, a donde llegó pasadas las 15:30 horas. Fue a la salida, una hora y media después, cuando se detuvo a conversar un breve lapso, pero suficiente para entender con claridad la culpa política que trae sobre los hombros, de la que no había admitido en público.
“El Pastor” clavó la mirada en el piso, todavía con el vigor del tiempo cuando como legislador federal cuestionó con fuerza al priismo trasnochado de la última década del nuevo siglo y advirtió decidido romper el silencio en las próximas horas para hablar de su visión del estado de cosas en su partido.
Ya no trae el oscuro bigote que lo hizo un personaje característico no solo en la escena local. En cambio, trae una barba sin afeitar, descuidada y blanca, los surcos en el rostro son más notorios. Parece un poco pasado de peso.
La última vez que hizo una aparición pública fue como delegado del Instituto Mexicano del Seguro Social, en los primeros meses de la gestión de Enrique Peña Nieto.
Después, la nada, un silencio absoluto sobre temas en los que su presencia era precisa, obligada: la crisis interna que ha vivido su partido desde que se adueñó el grupo político del exgobernador, el priista que él impulsó para convertirse al panismo.
Mucho ha sucedido desde que decidió callar y vivir un periodo conventual. El desplazamiento de los liderazgos tradicionales, la persecución y hostigamiento de muchos de quienes fueron sus compañeros de lucha ideológica y doctrinaria; las renuncias o expulsiones.
Habrá que ver si no es demasiado tarde.