El derecho de prensa es un término liberal, en absoluto. Surgió en los albores de la sociedad industrial como un principio que demandaba la más absoluta autonomía de hombres y mujeres dedicados a informar.
Es liberal porque se impuso un límite, aquella norma que la propia ley establecía en cada momento y lugar.
Dicha condición es un principio general pero se limita de acuerdo con las condiciones sociohistóricas de cada sitio. No hay un espacio en el mundo en donde la libertad de expresión pueda establecerse sin límites.
Siempre, va acompañada por su contraparte, la norma. En realidad fue hecha para regular a los que eventualmente pueden salirse de los intereses que regulan a la sociedad.
Puede ser contradictorio que exista un principio de libertad de expresión y, a su vez, otro que las leyes regulan. Pero en realidad no existe, debido a que la sociedad que dio origen a este fundamento no es autónoma. Un estamento oprimido (la burguesía) no quiso seguir viviendo bajo esas condiciones y decidió derrocar a quienes los oprimían.
El principio se utilizó como un instrumento contra el antiguo régimen, pero pronto se hizo todo para atenuarlo. No fue muy complicado porque los medios de comunicación que se crearon fueron impulsados por quienes tenían dinero.
No iban contra sus intereses en materia informativa. La norma fue para quienes no se sometían a esa lógica social: la del interés por encima de la información.
De esa manera, es gestionada por los grandes medios. Son estas empresas, ahora multinacionales que operan en todo el mundo, las que por lo general son parte de las mismas capas sociales más pudientes, forman parte de las élites del periodismo y la comunicación que entablan acuerdos y desacuerdos entre extractos encumbrados a nivel mundial.
Algunas de estas cadenas están asociadas a historias oscuras que buscan atemorizar a la población, con una supuesta pertenencia a sectas ligadas a prácticas satánicas, de las que forman parte grupos mundialmente conocidos, como la reina de Inglaterra, el dueño de la CNN estadounidense, quienes manejan la Reserva Federal de los Estados Unidos, entre otros.
Estos medios globalmundiales son el fundamento material y electrónico de las tendencias de la era conocida como la posverdad. Muy parecido a la antigua tortura china que colocaba una gota de agua sobre la cabeza de personas que habían sido condenadas: esta caía una y otra vez hasta que el inculpado finalmente se declaraba culpable.
La posverdad no es diferente de la libertad de expresión, es la misma pero tal y como la han entendido o interpretado grandes cadenas de la comunicación que la han gestionado. En términos de estos medios, es la configuración no de una verdad, sino de imponer una como sea.
La posverdad, tortura al estilo chino o la creación de una virtual o como sea, es el fondo que explica las debilidades a las que se enfrentan los periodistas y comunicadores en general. Mientras la labor de los medios se aleja más de su “piso” hacia el mundo de la posverdad, más desprotegidos están los profesionales. La razón es que los medios son parte de la era que es un negocio.
Los profesionales de la comunicación que trabajan para regresarlos a su origen libertario (que debería ser, no necesariamente, a la autonomía de expresión sino a la construcción de un campo informativo en donde se puede representar la vida cotidiana sin ser asesinado), terminan por confrontarse con los agentes de esa sociedad, la de la posverdad, en donde los grandes medios de comunicación son los campeones.
Pero, ¿cómo se podría mostrar algunas evidencias de que los medios son también responsables de la muerte de periodistas?
El crimen organizado, se ha dicho una y otra vez mediante estos canales que repiten una verdad gubernamental, que se trata de vulgares delincuentes, arruinados en sus propias vidas, y que no tuvieron otro camino que delinquir. Cuando en realidad se trata de un fenómeno profundamente social, que atraviesa todas las arterias de la sociedad, incluyendo a las instituciones del propio Estado y el gobierno.
Javier Valdez puso en tela de juicio esa idea que los grandes medios de comunicación emiten diariamente como una verdad, que es la óptica gubernamental, porque la violencia les deja dinero. Cuando alguien como Javier Valdez, periodista asesinado en Sinaloa y corresponsal de diario La Jornada, expuso que el tema del narco era un asunto social, que abarcaba al mundo de las instituciones mexicanas, de inmediato fue asesinado.
La mayoría de los medios nacionales emitieron un comunicado condenado la muerte de periodistas, nada sobre los millones que deja el pago de noticias gubernamentales como parte de sus finanzas para decir que la violencia está controlada. En ese contexto ocurrió el homicidio de Javier y de otros tantos más.
Es el trasfondo y no un reportaje sobre los hijos de “El Chapo” y quien administraba al cártel. El detonante de su asesinato pudo haber sido cualquier motivo. Todavía algunos creen que él se excedió en sus investigaciones: el mundo vuelto al revés.