Como concepto, la seguridad de los habitantes en este país será rehén de la clase política en los próximos días. El último remanso de certidumbre general será producto recurrente de la clase política que no solo se ha apropiado de nuestra paciencia, sino también de la esperanza.
La ambición de poder de quienes disputan una tajada del pastel electoral en México está por convertir en arma discursiva eventos infortunados que la población rechaza por su naturaleza violenta: robos, asaltos y homicidios en sus más diversas variantes. Crímenes del fuero común o crimen organizado que se generalizan, en cualquier rincón de la dolida geografía.
El fenómeno de la impunidad se cuece aparte, como ingrediente que nutre una olla de presión que nadie atina a despresurizar.
Hombres y mujeres al amparo de siglas partidistas o por la vía independiente en la búsqueda del gesto aprobatoria del electorado, con notoria ausencia de pudor repartirán culpas sin freno.
No importa si correligionarios de partido o compañeros de aventura aliancista han gobernado con indiscreta negligencia u omisión que permitió el crecimiento del fenómeno delictivo.
Todas las mediciones realizadas por empresas encuestadoras, en cualquier estado o municipio del país que tenga un proceso electoral para la renovación del poder público, arrojan el mismo diagnóstico: la inseguridad hace meses que se colocó como el principal motivo de desazón del mexicano promedio.
De acuerdo con la más reciente actualización de la encuesta de MassiveCaller, la única firma que desarrolló su app para usuarios de redes indicó que en Puebla el 49.16 por ciento de los habitantes cree que el principal problema es la inseguridad; en Veracruz, el 52.43. Ambos estados tienen una elección concurrente para gobernador; en ambos se ubica en un lejano segundo lugar, el desempleo. De Jalisco, Michoacán, Guerrero o Tamaulipas, el panorama es el mismo.
Ahí está el caldo de cultivo de los grupos antagónicos a los poderes legalmente constituidos en las urnas. Sin importar el signo partidista, serán blanco de la metralla declarativa de la oposición política en la búsqueda del poder y desbancar al contrario será la principal divisa.
Machacar las condiciones anímicas lamentables ante una ola de criminalidad que inunda toda capa social tiene un plazo perentorio y será recurrente. La numeraria es de locura: 78 días para que vayamos a las urnas para elegir a los 3 mil 400 cargos de elección popular, un nuevo Ejecutivo federal y nueve gobernadores; senadores, diputados federales y legisladores locales; ediles y regidores.
En poco más de 15 días comenzarán las campañas locales. Poco tiempo frente a la ambición de poder de unos cuantos. Los gobiernos locales lo saben y en ello han ocupado tiempo y esfuerzo. Un control de daños anticipado por la descalificación que irremediablemente viene.
Es como la danza del buitre, ave rapaz que ronda paciente el último estertor de la víctima sin remedio, la sociedad toda.
La metáfora es desafortunada pero precisa y exacta. Nadie estará a salvo pues en toda latitud en este país existe un pesar mayor: la ausencia de paz y certeza. En el subconsciente colectivo anida el miedo y la responsabilidad de los políticos es nula.