El hijo de Macuspana que pretende gobernar el país tras las elecciones de 1 de julio, en menos de 24 días, lleva unos 12 años en campaña.
Más de 4 mil 300 días en los que Andrés Manuel López Obrador pudo construir un discurso que sembró esperanza en unos, y miedo en otros.
“Sólo el pueblo puede salvar al pueblo”, repite en cada plaza pública que pisa en el país. La arenga es vitoreada por sus muchos seguidores, pero reprobada por los clasemedieros, que no son pocos.
Como hace 12 años, el miércoles 6 el autor de la Parabólica lo vio entrar otra vez al centro de Teziutlán, un municipio gobernado por el Partido Acción Nacional, en medio de un gentío que resistió el sol de mediodía y una humedad cercana al 35 por ciento.
Como en 2006, cuando competía por primera vez, la plaza pública estaba llena, salvo que en este 2018 utilizó un espacio más grande para su concentración. No fue la extensa plancha de la iglesia principal del lugar, sino un templete colocado a un costado del palacio municipal, al que se llegaba por una larga valla de metal.
Una y otra estampa permiten observar la transformación de una suerte de guía moral y político de una enorme multitud que lo sigue, fiel a su causa y que lo acompañó incluso en la aventura del bloqueo de Reforma, en la Ciudad de México, como Gabriel Biestro, que debió madurar desde su posición de brigadista hasta dirigente formal de un partido político como Morena.
Del radicalismo del “cállate chachalaca” al mensaje de conciliación, el hijo de Macuspana ya no ubicó por nombre y apellido a los cabecillas de la “mafia en el poder” y bien es sabido que quien generaliza, absuelve.
López Obrador que también ha mandado “al diablo las instituciones”, frente al país entero, tampoco se refirió ya a la monarquía que busca perpetuarse en el poder en Puebla o Veracruz.
Tampoco habló de los “gobernadores corruptos”, una apreciación que siempre tuvo de Rafael Moreno Valle y Miguel Ángel Yunes Linares. En este municipio serrano dejó pasar la oportunidad de fustigar ambas figuras. En lugar del grito de guerra, la pacificación.
Repitió los estribillos “becarios sí, sicarios no”, “creo en el sufragio efectivo, no reelección”, “no me voy a reelegir”, “no me voy a subir al avión presidencial” y tampoco “viviré en Los Pinos”.
Nada nuevo en el discurso del hombre que encabeza las preferencias electorales, salvo el matiz: En 4 mil 300 días AMLO reinventó el mensaje para pasar del Dios del Trueno al dirigente político que se ve como el futuro Presidente de México.