Casi de manera simultánea a la publicación de la fotografía en Twitter en donde aparece Enrique Doger Guerrero, el priista, a un lado de Martha Erika Alonso Hidalgo, la panista, en la Ciudad de México René Juárez Cisneros hacía un corte de caja, ejercicio autocrítico que más pareció una parte del penoso proceso post mortem ante un cadáver insepulto: el Partido Revolucionario Institucional.
“Tenemos que reflexionar por qué hemos llegado hasta aquí. Pareciera que no leímos bien el 68, el 88, el 97, el 2000 ni el 2006, y como partido perdimos la gran oportunidad en 2012”, dijo el saliente líder priista rodeado de un grupo de personajes con cara de velorio.
Lejanía social y simulación partidaria, los ejes centrales del ex líder para explicar la estrepitosa derrota en las urnas del partido que un día se ufanó como la institución política “de las mayorías” y que ya no fue sino la sombra de su propia hegemonía nacional.
Doger Guerrero encaja en esa definición. Frío y ajeno a las necesidades sociales que reclamaban no conceder una continuidad en Puebla al proyecto iniciado por Rafael Moreno Valle Rosas, el plutocrático mandatario panista, decidió validar un proceso electoral impugnado por Luis Miguel Barbosa.
El hombre que fue rector universitario y edil de la capital sabe que se sabe de sus acercamientos en tiempos de campaña con los operadores del morenovallismo como el diputado federal panista Eukid Castañón. El mito urbano terminó por dejar de serlo: Enrique Doger exhibió el cobre.
Los negó insistente mientras en el otro extremo respondieron al autor de la columna con un enigmático “y cómo sabes que ha sido el primer encuentro”, cuando se buscó cuadrar la historia sobre una reunión privada por el rumbo de Zavaleta.
Y en efecto, no había sido la única ni la última, según se ve. Como la que el chismerío político atribuye a un encuentro en Lomas de Angelópolis, con la presencia Ignacio Mier, único personaje del grupo en el proyecto de Andrés Manuel López Obrador, a través de Manuel Bartlett Díaz.
El maestro de la ironía y ex candidato al gobierno de Puebla perdió brillo y encanto. La lengua de fuego en periodos aciagos de la vida pública en la entidad se apagó para convertirse en uno más de los voceros vulgares del grupo en el poder.
Si alguien deduce que detrás de conducta como la observada en el ex candidato a gobernador por el PRI está la dignidad priista, que levante la mano. El costo de ese precepto debe tenerlo el propio ex rector universitario de triste futuro.
En el sótano…
1.- El martes alrededor de las 19:00 horas se vieron las caras los consejeros del Instituto Electoral del Estado, Dalehel Lara, Claudia Barbosa y Jacinto Herrera con agentes de la Fepade de Puebla.
En ese encuentro se habría sugerido un disparate monumental: borrar las evidencias de la violencia electoral el domingo 1 de julio que todos vimos.
Y luego por qué se fraguan historias de ficción a partir de la realidad.
2.- Mala señal la del aún presidente de Morena, Gabriel Biestro Medinilla cuando conmina a la presidenta municipal electa, Claudia Rivera Vivanco a abstenerse de reunirse con autoridades constitucionales.
La interlocución no es sinónimo de validación alguna del probable fraude que acusa el senador con licencia, Luis Miguel Barbosa Huerta. Verlo así no es más que sinónimo de inmadurez política que no debe caber en un diputado que se perfila para ser coordinador del grupo legislativo más grande en la Cámara.
3.- El auditor David Villanueva, yerno del ex gobernador Melquiades Morales y morenovallista confeso debe saber que sus días están contados en la Auditoría Superior del Estado. Para nadie es un secreto que desde esa responsabilidad presionó a ediles para sumarse al proyecto presidencial de Moreno Valle a cambio de dejar pasar sus cuentas públicas.
Ahora que los diputados electos de Juntos Haremos Historia anticiparon que abrirán las cuentas del ex mandatario más aborrecido en el estado, deberán comenzar por desmontar el aparato que sirvió desde la oficina de Villanueva.