No ha llegado al poder y ya enfrenta su primera discrepancia pública la coalición Juntos Haremos Historia en el territorio poblano, con la reunión entre Antonio Gali y Claudia Rivera, gobernador y presidenta electa.
La divergencia política tiene que ver con los orígenes de ambos activos de sus respectivos grupos políticos y es entendible en medio de una inacabada disputa electoral por el proceso de impugnación de parte de Luis Miguel Barbosa Huerta, ex abanderado a gobernador.
Hay quienes argumentan que Rivera caminó hacia una trampa que el grupo de Rafael Moreno Valle pretende poner a la oposición política; sin embargo, parecen adolecer de una visión más amplia del contexto en el que se produce esta coyuntura política, en desdoro de una exigencia ciudadana.
Enarbolar falta de respaldo a la gente que votó por los partidos de la coalición para imponer una línea de conducta de parte de Gabriel Biestro, presidentes de Morena, no resiste el más elemental de los análisis.
Primero porque una autoridad electa por una mayoría debe trabajar por la ciudadanía en general y no sólo por quien la votó en las urnas; segundo porque invocar un principio partidista para impedir un encuentro en medio de la transición remonta a uno de los errores más recurrentes del aparato partidario al que la sociedad dio la espalda el 1 de julio: el uso faccioso de las instituciones.
Privilegiar a quien simpatizó en las urnas y castigar a quien optó por otra oferta política es atentatorio contra un régimen democrático y responsable.
Desde luego en el otro extremo están quienes asumen que el encuentro entre Gali y Rivera sólo sirvió para dotar de argumentos al grupo de Moreno Valle que se ha empreñado en construir una percepción de triunfo cuando la definición del resultado comicial depende inexorablemente de los tribunales electorales, y puede ser que tengan una dosis de razón.
Adelantar vísperas sólo ofrece dos perspectivas poco deseables, rumbo a la nueva etapa de gobierno que espera a los habitantes de la capital poblana después del golpe de timón en las urnas el 1 de julio.
Por un lado regatea inteligencia y oficio político en uno de los activos más importantes que ha producido el movimiento de Andrés Manuel López Obrador como Claudia Rivera, la presidenta electa de la capital, lo que resulta ofensivo y denigratorio.
La otra, tan condenable como la primera, es que estamos ante un claro ejemplo de las prácticas más rancias de un priismo que existió en dónde la cultura de la línea era parte de los usos y costumbres en momentos en que la sociedad es lo que reprueba.
O es que tal vez debamos invocar la máxima de un dinosaurio como Fidel Velázquez y toda su escuela convertida en picaresca política: el que se mueve no sale en la foto.