Era 1830 el pueblo parisino inicia la revolución de Julio. Los revolucionarios parisinos disparan contra los relojes que públicamente indicaban los tiempos de quienes gobernaban, los de la recién restituida monarquía. La revolución terminó e inició la era liberal francesa, pero aquel hecho fue en extremo significativo.
Los revolucionarios, dice Walter Benjamin , en la obra de Michael Lowy: “Aviso de Incendio”, que la intención de parar el tiempo no era otra cosa que detener las infamias que los tiempos monárquicos habían traído al pueblo francés y que, en parte y para el imaginario social, era simbolizado por ese robot mecanizado que llamamos reloj.
Pero también era dar pie al surgimiento de un nuevo tiempo, en el que las infamias contra el pueblo se terminaran, y que daba inicio a otro justo con ese acto simbólico: Era como iniciar una nueva era, en la que, como un mesías, el nuevo tiempo traería las buenas nuevas para el pueblo.
En México, el primero de julio, no hubo disparos contra reloj alguno en términos físicos. Pero si un hecho que puede tomarse como símil de aquel acontecimiento: este día, 30 millones de mexicanos “dispararon” en las urnas 30 millones de votos contra el sistema económico, político y cultural.
Al igual que el pueblo francés, los votantes mexicanos han querido enviar un mensaje a los gobernantes, tecnócratas neoliberales: quiere iniciar una nueva era en la que las infamias del mercado cesen sobre los “parias”, como diría Arendt, o los “excluidos de la tierra”, como lo expresó Frantz Fanon.
“El pueblo quiere
vivir una nueva era”
A partir de diciembre, cuando tome posesión AMLO, el pueblo quiere vivir una nueva era, que inició ya el primero de julio. Comenzar con un nuevo tiempo, que también puede entenderse en la tradición cultural mesoamericana como un “Fuego Nuevo”. Que los astros y los dioses se armonicen para iniciar otra época, una nueva vida.
En el contexto mexicano, la elección del primero de julio, lo que importa es el mensaje, porque los hechos como tales no existen de acuerdo a Nietzsche, lo que importa es la manera en cómo los acontecimientos son valorados, tanto por los que ganan como por lo que no.
Los disparos sobre el reloj de los revolucionarios franceses inauguraron una nueva época, y tal vez no era la que ellos se imaginaron, la consolidación de un régimen republicano de corte liberal. Tal vez los nuevos tiempos que ellos deseaban se eslabonaron con la revolución de octubre y el ascenso del comunismo.
De ahí que es importante distinguir, como dice Benjamin, entre la historia de los nuevos tiempos que para los excluidos son tiempos asociados a ciertas ideas mesiánicas, en el sentido de la tradición judía de Benjamin vinculada a la revolución marxista, pero de los que finalmente todo quede en algunos destellos.
El primero de julio será el anuncio de una nueva época o todo quedará en simples destellos de las aspiraciones mesiánicas de los marginados, los excluidos. La interpretación hegemónica es que vivimos tiempos de una economía de mercado, del progreso: la globalización. Por otro lado, que se trata de los tiempos de una Cuarta Transformación.
El progreso, la filosofía que encarna la globalización, es un discurso de la catástrofe, dice Benjamin, sin que olvidemos que eso no significa estar en contra de los logros humanos y tecnológicos, pero que, bajo nuestro contexto, no puede haber globalización mientras se cometan tantas bajezas contra la población.
Acaso en las urnas no se reflejó el frío estremecedor de las familias por la falta de dinero; la espera de una muerte lenta ante las enfermedades imposibles de atender por no contar con dinero para ello; la muerte que transpiran las calles ante la violencia que se dirige a desactivar la resistencia de los clasificados como pobres; el desprecio por lo público para privatizarlo, etcétera, etcétera.
Los nuevos tiempos benjaminianos son la venida del Mesías por medio de una revolución de los pobres que ponga fin al capital; los disparos de los votantes en las urnas se dirigen a iniciar un tiempo que no sean los tiempos del mercado que ha pulverizado los instrumentos con los que transitan su vida cotidiana.
AMLO lo ha interpretado, y tiene la autoridad para ello, en lo que ha llamado la Cuarta Transformación.
Ha elegido a Juárez y Cárdenas, en lugar de Zapata, Villa o Hidalgo y Morelos. Ha empezado por la idea de terminar con la corrupción, reemprender el progreso y eliminar la violencia.
Todo apunta a que “los disparos del primero de julio”, en las urnas, abrirán un tiempo en el que los disparos contra el reloj de los tiempos del mercado son vistos como destellos. Obrador no ha engañado a nadie, pero para el auténtico Mesías, en el sentido benjaminiano, los nuevos tiempos todavía están distantes y tal vez, requiera de otros intérpretes.