México vive gran parte de su democracia a través de la actividad partidista. Hoy, la apertura en los órganos de representación, la creación y consolidación autónoma de un árbitro electoral ciudadano y finalmente la alternancia en el poder ejecutivo, han demostrado que la pluralidad política era el único camino y que no hay nada más constructivo para una nación que el sano debate, promotor de disensos y constructor de consensos.
Por eso es que el sistema de partidos en México exige pluralidad, creatividad… personalidad.
El surgimiento de MORENA, cismático y disruptivo, trajo a la arena política una nueva oferta que orbita alrededor de una personalidad: Andrés Manuel López Obrador. El presidente ha mimetizado su imagen y presencia en el movimiento-partido, para conseguir importantes triunfos electorales del 2018 a la fecha. Pero en él, surge permanente la amenaza de la hegemonía unipartidista la cual renace con un instituto político cuyo Plan de Acción y Estatutos parecen ser sometidos a los deseos de una sola persona.
El PRD, formalizado en 1989 y resultado de la plétora de consignas e intentos por institucionalizar a la izquierda tras el fraude electoral de 1988, está reducido a polvo. Con dos senadores y once diputados federales debe preocuparse más por no desaparecer que cualquier otra prioridad.
El PAN, histórica y leal oposición al PRI, está perdido en su propio laberinto. Una dirigencia nacional promovida por el ex candidato presidencial, que es incapaz de poner en orden a sus diputados locales. Hoy, el blanquiazul se enfrenta permanentemente a un grupo de Gobernadores emanados del partido que quieren dictar qué hacer y qué no con ese instituto.
Y el PRI, hegemónico por décadas, instituto político que creció con México, el mismo que ha enfrentado innumerables crisis y de todas resurgió. Del que emanaron personajes trascendentales para la historia política nacional, pero que también le dio lugar a los excesos que crearon figuras impresentables que hoy pesan como una loza y que han dado justificación a las críticas que lo han desdibujado hasta el momento de la posibilidad de convertirse en nueva alternativa electoral con una adoptable y renovada oferta política.
Hoy, el PRI se enfrenta a un reto colosal que apareja oportunidades virtuosas. Depende de la real voluntad de cambio de la nueva dirigencia nacional, para salir de la demagogia y el discurso estéril y llevar a la acción que dignifique, para contar con la programática que resuelva y aportar la oferta que convenza.
Un partido que gobierna en 13 estados, 544 municipios en donde se ubican poco más de 42 millones de mexicanos, es una fuerza política de vivos potenciales que estarán a prueba ante las urnas fundamentalmente en 2021. Es ahí donde se jugarán 15 gubernaturas, casi la mitad del país, además de la renovación total de Cámara de Diputados y varias legislaturas locales. El objetivo no debe ser salvar lo que se pueda sino ganar terreno para recuperar lo perdido. No es conservar lo que se tiene para conformarse con la menguada representación legislativa actual.
Pero antes de dicha frontera está un camino de preparación ante el cual cada segundo a transcurrir cuenta.
Alejandro Moreno y Carolina Viggiano arriban con un apoyo significativo ante la militancia tricolor. Un millón 603 mil 725 votos que piden llevar a la realización los clamores que ya suenan como una tarabilla dentro del Comité Ejecutivo Nacional.
En primer término, lograr la reconciliación y la unidad fincados en consensos y no en chantajes. Ya no es permisible que la amenaza de renuncia al instituto político sea lo que lleve a dirigentes a la aplicación de bálsamos traducidos a dádivas y posiciones que se convierten en desperdicios. Por otra parte, estamos ante un partido que necesita un líder antes que un dirigente entronizado. Aquello se conseguirá con el actuar significado en testimonio de que ya no se hace más lo que tanto y por tanto tiempo se ha reprobado. Líderes con entereza, convicción y temple.
La ruta continúa en dejar de ver con nostalgia el pasado y convertirse en oferta política del presente. El discurso se ha superado y los mexicanos tenemos problemas tangibles de los cuales muchos no obtienen soluciones con el accionar del gobierno actual; la multi mencionada “oposición responsable” es aquella que argumenta, que traduce el problema a una respuesta y que se compromete a llevarla en sus plataformas. Predicar con el buen ejemplo de quienes portan el distintivo partidista tampoco es ya evadible. Aquí habrá que poner a prueba el accionar de los órganos encargados del honor y justicia partidaria para evitar que, o se defienda con desgastes insoportables a quienes son indefendibles en sus actos, o que se encumbre a quienes probadamente han sido lucrativos traicioneros dentro de las propias filas.
Finalmente, algo que ha sido tendón de Aquiles y que constituye el primer paso para lograr credibilidad dentro de las filas del partido: apostar a la meritocracia. Si la integración del Comité Ejecutivo se efectúa en la lógica de una selección convertida en monedero pagador de favores hacia quienes ya se han perpetuado como eternos beneficiarios, será un primer paso hacia la desgracia. Tanto el PRI ha criticado a MORENA por la falta de méritos y conocimiento de sus funcionarios y legisladores, que mal haría en evadir el lustre que da contar con mentes de primera en las segundas posiciones.
Sé de la tenacidad y empeño inquebrantable de Alito. Conozco de la solidez política y temple de Carolina, a ambos les toca aportar valor al desempeño partidista y profesionalismo al ejercicio de la política. Que así sea ante tiempos de retos ineludibles; llegó la hora.