Puede ser verdad o puede ser mentira. Si acaso, como dice el refrán: todo depende del cristal con el que se mira.

Las versiones cuentan que todo pudo haber ocurrido en el exclusivo Hotel Rosewood, en el Paseo de San Francisco y a unos pasos de la sede del gobierno, Casa Aguayo, la casona histórica en la que tantos encuentros y desencuentros se han producido entre los hombres del poder y del dinero desde que llegó a ser habitada por Melquiades Morales, el penúltimo gobernador priista.

Dicen que uno de los actores centrales de una larga historia de diatribas y reyertas ingresó por la puerta de acceso para proveedores, como quien no quiere atraer miradas ni maledicencias; no por la que ocupan cualquier huésped o comensal, por la puerta de enfrente.

Impecable, iba vestido de pantalón y saco sastre azul, con camisa blanca pero sin corbata. Casual Business, como dictan usos y costumbres en el tiempo presente. No había escoltas a su alrededor y sólo fue observado por el personal del Rosewood.

Era el mismo protagonista de otra historia del pasado, cuando se había empeñado en acusar a los operadores del morenovallismo de orquestar un plan para espiar a los adversarios de ese régimen que se empeña en permanecer.

Era la hora de la comida y en la agenda del personaje de esta nueva leyenda urbana, bloqueada la hora para un encuentro privado. Nadie debía saber de ese compromiso y luego se sabría él por qué de la celosa secrecía en la bitácora de actividades de servidor público.

Mientras, por la puerta principal, el otro protagonista descendió de una camioneta Suburban de color blanco, era el otro comensal. Vestía de traje gris, también sin corbata pero con sus insubstituibles anteojos de marcada graduación. Tampoco se observaban escoltas alrededor.

Durante largo tiempo antípoda del otro personaje, ganó fama de duro en todo el país. Retirado de la vida pública pero con una estela como la de los actores en retiro. La fama les precede siempre como parte de un pasado de gloria o de oprobio.

Antítesis uno del otro, durante la última tarde compartieron el mismo tiempo y el mismo espacio: los salones del Hotel Rosewood.

A menos que haya reconciliación o componenda, la política nos dirá que las casualidades existen o que se trata, como se dijo al principio, de la mitología urbana y febril de nuestros días.

En cualquiera de los casos, la única certeza que queda es que la vida te da sorpresas, como lo vaticinó el emblemático Rubén Blades.