Sabrás que el tiempo te alcanzó cuando los años sean desconocidamente nuevos. Cuando tus palabras se conviertan en saliva y todo tu decir se haya convertido en un monólogo interminable que sólo tú escuchas, en una loza que sellará tus labios bajo escombros de cosas por decir y de sueños que a nadie le importan.

Es la última lección del tiempo, una obra que te muestra el camino. Eres un pensamiento, una aventura interminable que no necesita palabras para volar.

Para el ser, nada es más cierto, ni más importante que lo que se le ha obligado a callar. Es éste su reclamo.

—No te entiendo, le dije.

—No importa, repuso.

Solo piensa que lo que te he dicho es lo mismo que sentimos todos los seres humanos cuando empezamos a creer en nosotros mismos, cuando dejamos de creer en lo que los demás quieren que creas, cuando ya no aceptas las ideas de otros solo porque para los demás, es una verdad absoluta.

—¿Entonces Einstein, Kepler o Madame Curie valen gorro?

— No, piensa, hasta ellos mismos cuestionaron sus propias ideas. Todos los procesos creativos cargan en su espalda muchos cuestionamientos antes de llegar a una definición, definición que será debatida con el tiempo.

El monólogo que se vive con los años proviene del miedo o de la pereza de la gente para preguntarse ¿por qué pienso así, por qué creo en esto o en aquello?

Esas palabras quedaron en mí para siempre.