De la dócil conducta del panista Rivera cuando fue desplazado de la primera ceremonia del Grito de Independencia en 2011 en la gestión del impetuoso y protagónico Rafael Moreno Valle, a la pendenciera actitud de la morenista Rivera con Miguel Barbosa, nueve años después, se puede confirmar que la cohabitación entre quien despacha en el municipio y el gobierno del estado es tóxica, insufrible.

 

Con matices, igual vivieron una tormentosa relación política y administrativa los antecesores del gobernador en turno. Desde el propio Moreno Valle, fallecido en diciembre de 2018, hasta Melquiades Morales Flores. Los alcaldes o presidentas municipales fueron y son protagonistas de una insana convivencia, sujeta al escrutinio social y político.

Tres han destacado por su virulencia en ese largo tramo de la historia: el panista Luis Paredes Moctezuma entre 2002 a 2005, frente a la prudencia y oficio político de Melquiades Morales, gobernador de 1999 a 2005; luego vendría el periodo de polarización alimentado por un poco honroso Enrique Doger Guerrero, presidente municipal entre 2005 y 2008, priista como Mario Marín Torres, a quien pretendió descarrilar de la gubernatura en el contexto del escándalo desatado por las conversaciones filtradas entre el gobernador y el textilero Kamel Nacif y la aprehensión de Lydia Cacho, la autora de Los Demonios del Edén. Y desde luego, Rivera Vivanco.

La diferencia política o ideológica ha alejado más aún a quienes ocupan la presidencia municipal y la gubernatura. Los intereses de grupo han marcado la pauta en la construcción de una narrativa de golpeteo artero. Esa fue la ruta por la que se decidió la noche del 15 de septiembre Claudia Rivera Vivanco, la presidenta municipal desprovista de los oficios de la buena política para abrazar causas justas: la independencia del municipio consagrada en el 115 constitucional.

Una réplica de la arenga independentista para proclamar autonomías en la escalinata del palacio municipal no fue sino ejercicio histriónico cargado de ira y malos modos. Un portazo en la puerta de la casa cuando apenas el invitado se retira, si se quiere aplicar la metáfora que no se aleja de la cortesía y los buenos modos.

 

En realidad parece más una fachada para colocar en un segundo plano urgencias de su gestión incumplidas que ofenden a la gente de a pie: servicios públicos deficientes, conductas claramente permisivas frente al ambulantaje en detrimento del comercio establecido, acuerdos con las mafias de los giros negros, chichifos y padrotes que mercadean con sexoservidoras en el primer cuadro de la ciudad.

Y desde la presencia inocultable de factores de poder de la era mafiosa de la peor expresión del panismo en el régimen de la #4T en la ciudad de Puebla.