Cuando vi por primera vez un análisis de historial genético se me pararon los pelos de punta. Es increíble: resulta que mi nieto tiene historia genética de Portugal, Colombia, Noruega, Inglaterra y del norte y sur de España, etcétera.
Una vez escuché la historia de un miembro “distinguido del Ku Klux Klan, un grupo de americanos “blancos” que odian con odio jarocho a los negritos.
Éste babas presumía de ser de sangre Aria, blanco puro: el locadio se suicidó al enterarse que tenía sangre de antepasados negritos africanos.
Hoy, un buen estudio genético te dice de donde provienes, o sea, te remonta a tus verdaderos orígenes, mucho más allá de tus tátara tátara tátarabuelos. Resulta que a la mejor naciste en Cholula de padres cholultecas, pero tu genética te indicará si tienes antepasados indígenas, romanos, ingleses, africanos o asiáticos; entonces a la mejor resulta que eres antepasado de Cortés o de Gengis Kan o nieto de un watusi, y es por eso que te encanta la moronga. Toda esta información está en tu memoria genética.
Imagina lo que guarda la memoria actual en tus células. Es decir, a la mejor en tu oreja derecha vive un gene de Cuauhtémoc o de Pitágoras. O sea que seguir pensando que sólo heredaste el gusto por los tacos de nenepil de tu abuelo y odias el violín y babeas como tu tío, es tan sólo una mínima, mínima parte de la memoria que acumulas en todo tu ser. Lo que sucede la mayoría de las veces, es que repites las conductas, buenas y malas que viste y viviste en tu hogar desde que eras un bebé.