Hay una fotografía a color con predominancia del blanco y del rojo, que muestra el abigarramiento de la carrera en todo su esplendor. Fue tomada en Pamplona y muestra la calle de Estafeta colmada de gente.
Se ven las espaldas de los mozos corredores y los lomos de toros y cabestros, entreverados son un río de emoción y jubilo impetuoso, que fluye entre las riberas de una multitud de espectadores que miran a salvo desde balcones y ventanas. Ante el censo multiplicado, uno observa la pantalla e imagina el estruendo de gritos y voces, la agitación de los que corren entre la leña dura y filosa de los pitones, y
la conmoción de una fiesta alborozada.
La imagen también tiene la esencia de Ernest Hemingway. Siempre que se habla de Pamplona es inevitable pensar en él. Aunque muy probablemente, lo que el premio nobel de literatura vio, no sea nada parecido con lo que aconteció varias décadas después, hasta llegar al año 2019, en que esta foto fue publicada. En los encierros que testificó el escritor de Oak Park, Illinois, según se puede constatar en
filmaciones y fotografías de aquella época, los mozos participantes eran pocos y corrían con mucha distancia entre unos y otros; además, las manadas galopaban con mayor libertad; los espectadores que observaban desde el vallado y los edificios eran mucho menos.
Sabíamos que la noticia llegaría y aquí estoy, escribiendo un texto sustentado en la imaginación y la memoria, que, a fin de cuentas, una no puede darse sin la otra. La noticia era de esperarse, el virus nos tiene sitiados y están vedadas las concentraciones de personas. Las fiestas de San Fermín se suspenden una vez más y habrá que esperar otros doce meses.
Este será el segundo año consecutivo en que durante las mañanas sanfermineras, por las calles del encierro sólo se pasearan fantasmas furtivos, puede que el de Hemingway sea uno de ellos. También, estarán algunos corredores nostálgicos, preguntándose a qué han ido hasta las calles que conforman el recorrido y contestándose en silencioso soliloquio que se han acercado por si acaso estaban los toros y los amigos de tierras y tiempos lejanos; se dirán que han llegado buscando la charla de los pastores, el sabor del café cargado y los olores del ajo arriero. Se han vestido de blanco yendo al encuentro de la algarabía de ese carnaval sin otra máscara que la del atrevimiento, para llenarse la sangre de adrenalina y de los retumbos de un corazón emocionado.
He escuchado a personas decir que la suspensión de eventos multitudinarios son exageraciones, sin embargo, científicos y expertos hablan de un cambio radical en nuestras vidas y eso, es algo que no queremos aceptar. ¿Cómo serán las fiestas de San Fermín en el futuro? A la faja y al pañuelo de color rojo habrá que agregar un tapabocas de la misma tonalidad y no concibo una plaza de la Misericordia con las peñas manteniendo la distancia obligatoria.
Aunque los índices de contagio vayan disminuyendo, las cosas nunca volverán a ser como antes. Quién iba a pensarlo en el 2019, cuando los pamploneses cantaron el “Pobre de mí”, no se imaginaban que, en su interior, lo llorarían por tanto tiempo.