Lo comentó un amigo en Whatsapp y luego, por alguna de esas misteriosas coincidencias de la vida -ley de la atracción o lo que ustedes quieran- leí algo similar en Twiteer, dos redes sociales que se han convertido en higiénicos bares electrónicos donde se puede hablar de toros sin otro peligro de contagio que el de sumarse a causas u oposiciones. Los comentarios leídos se quejaban de esa moda contemporánea en la que los carteles de toros no anuncian el nombre de la ganadería y en su lugar ponen la fraudulenta leyenda de “toros por designar” y olé mis huevos. Es como si la publicidad de una obra de teatro informara que el protagonista principal aún está por ser contratado y puede ser cualquiera.
El cartel taurino es un anuncio que se coloca en lugares públicos para hacer promoción de un festejo. Es intrínseco a la propia Fiesta, nació con ella. Del pregón en las calles de las ciudades y pueblos feriantes, a los anuncios de papel o lona pegados en las esquinas y colgados de los postes del alumbrado público, el cartel de toros ha sobrevivido hasta nuestros días acompañando a las formas más modernas de publicidad.
Existen tratados que hablan acerca de su historia y evolución, lo analizan desde perspectivas diferentes, como el sentido antropológico, publicitario, social y legal que posee. José María de Cossío le dedica un capítulo en el libro II de su enciclopedia Los toros. Además, incluye una sección titulada “Sumaria exposición de carteles”.
Por su parte, el filósofo José Ortega y Gasset dejó dicho, que el cartel de toros nos da una interpretación muy clara de lo que la corrida significa y su influencia en la gente. También, el historiador de arte Rafael Zaldívar en su obra El cartel taurino brinda una visión integral de lo que es este arte, fundamentado en la pintura.
Estos libros, entre otros, son extraordinarias lecciones para desentrañar el presente del toreo mediante su publicidad. Asimismo, su importancia deriva de que analizan el instrumento que difunde la información referente al espectáculo, las condicionantes y las normas que regirán la función de toros.
A la tauromaquia le están tundiendo leña algunos toreros más voraces que un político, ganaderos manipulables y empresarios tan descarados como un Miura de cinco años. Para estos doctores en engañifas, los aficionados somos carne de cañón, borregos listos a ser trasquilados. Sometidos a sus dominios, nos han tomado la medida, porque la incultura, el conformismo y la dejadez, no están reñidas con la marrullería de los más vivos. Los tiempos cambiaron y ellos lo saben, a la mayor parte del público sólo le interesan los nombres de los que van a despachar un encierro, importándoles un pepino el nombre de la ganadería y mucho menos, el encaste de la misma.
Las palabras de mi amigo eran queja amarga de que, desde su origen, la tauromaquia tiene unos principios que son salvaguardados por la tradición, pero que a los mercenarios de nuestro tiempo, eso los tiene sin el menor cuidado y la arrinconan cada día más. El mensaje de Twiteer lo firma “Encastes bravos”, lo leí en la red y lo transcribo sin quitar ni poner nada. Aquí les dejo la joya: “Tengo que ser muy raro. Cuando veo un cartel de toros lo primero que miro es la ganadería y luego quien la mata. Un cartel sin ganadería no es un cartel para mi, aunque la maten Joselito y Belmonte”.
El texto no sólo define a su autor, sino a toda una cofradía. Lo voy a enmarcar para colgarlo, es un himno.