Al recibir la triste noticia del fallecimiento de nuestro querido Poncho Ponce de León, vinieron a mi mente infinidad de instantes en donde irremediablemente aparecía el hombre que supo ganarse la amistad, el cariño y el respeto de todos quienes de una u otra forma tuvimos la fortuna de estar junto a él.
Sin duda, siempre fue bien informado, pero nadie como Poncho para narrar las historias del crimen.
Leer a Poncho era un deleite, aún recuerdo sus relatos plasmados en las páginas de la Revista Intolerancia sobre las legendarias fugas del Capitán Fantasma, o aquellas sobre la temible banda de Los Pitufos.
Como resultado de la pasión con la que siempre hizo su trabajo, tuvimos nuestros conflictos y discusiones. El más fuerte fue cuando le pedí que le bajara al tema del narco, porque estaba poniendo en serio peligro su vida.
Su respuesta fue contundente: “pues de algo me he de morir jefe”.
Él no lo supo, pero un mensajero del entonces gobernador me puso al tanto del peligro de muerte en el que se encontraba, por lo que a regañadientes aceptó tomar unas “vacaciones” mientras se enfriaban las cosas.
De ese nivel era la valentía periodística de quien marcó una época en la nota policiaca en Puebla.
Alfonso Ponce estaba hecho de una madera distinta, a nada le temía y su compromiso con sus lectores era a toda prueba.
Ni con su salud mermada dejó de cumplir con su trabajo.
Para no ir lejos, ayer, el mismo día de su muerte, apareció su última columna. Así era él.
En medio de este sentimiento de vacío y dolor, no encuentro otra forma de despedirme que con la frase que él despedía su columna: “Nos vemos, cuando nos veamos…” mi querido Poncho.