Cuando en los ambientes no taurinos en los que me desenvuelvo se enteran de mi afición a las corridas de toros, me voltean a ver con una especie de curiosidad y escepticismo.

Es común que comenten: “es un espectáculo que desaparecerá pronto” o “pero estás consciente que, con tantos ataques, a los toros le quedan los días contados”. Hay los que, incluso, se sorprenden de que la tauromaquia siga vigente en el siglo XXI.

¿Desaparecerán las corridas de toros?

En un mundo globalizado, ante la banalidad de la cultura y en donde hay un gran influencia de aquellos que pretenden homogeneizar el pensamiento, actividades como las corridas de toros están en gran peligro.

Si a esto le sumamos el poder económico de la filosofía animalista, la superficialidad de la sociedad actual y la ignorancia de los políticos, es lógico imaginar que la fiesta brava está viviendo sus últimos días.

En los propios ambientes taurinos hay catastrofistas que nos advierten con los peores augurios. La pandemia ha golpeado con fuerza al sector y muchos de los que viven del toro están sufriendo penurias económicas.

Por otro lado, no podemos negar que el espectáculo ha perdido emoción. Incluso en las plazas de primera están presentes triquiñuelas de algunos profesionales que presentan toros despuntados. Además, algunos ganaderos han cedido ante las presiones de las figuras de ultramar y han ido criando toros desbravados que han alejado a la gente de las plazas.

Si esto fuera poco, la tecnología brinda nuevas y variadas formas de ocio. Las series de las plataformas digitales son mucho más fáciles de entender y accesibles que el espectáculo taurino que a las nuevas generaciones les parece anacrónico, cruel y pasado de moda. Con todo esto, el toro bravo parece es una especie en peligro de extinción.

¿Desaparecerán las corridas de toros devoradas por la competencia de otras formas más perezosas de ocio?

Irene Vallejo en “El infinito en un junco” nos recuerda que, en las aguas profundas, los cambios son lentos. La sociedad contemporánea padece un sesgo futurista.

“Cuando comparamos algo viejo y algo nuevo –como un libro y una tableta, o una monja sentada junto a un adolescente que chatea en el metro–, creemos que lo nuevo tiene más futuro. En realidad sucede lo contrario. Cuando más años lleva un objeto o una costumbre entre nosotros, más porvenir tiene. Lo más nuevo, como promedio, perece antes. Es más probable que en el siglo XXII haya monjas y libros que WhatsApp y tabletas. En el futuro habrá sillas y mesas, pero quizá no pantallas de plasma o teléfonos móviles. Seguiremos celebrando con fiestas el solsticio de invierno cuando ya hayamos dejado de tostarnos con rayos UVA. Un invento antediluviano como el dinero tiene muchas probabilidades de sobrevivir al cine 3D, a los drones y a los coches eléctricos. Muchas tendencias que nos parecen incuestionables –desde el consumismo desenfrenado a las redes sociales—remitirán. Y viajas tradiciones que nos han acompañado desde tiempo inmemorial –de la música a la búsqueda de la espiritualidad – no se irán nunca”.

Al inicio del documental “Tauromaquias Universales” de André Viard, la narradora dice: “Desde que el hombre se propuso contar su historia el toro ha formado parte de ella”.

En la península ibérica hay festejos taurinos desde el siglo IX y en México se tienen registros de corridas de toros desde 1526.

Parafraseando a Irene Vallejo, ante la catarata de predicciones apocalípticas sobre las corridas de toros, yo digo: un respeto. No subsisten tantos espectáculos milenarios entre nosotros. Sólo permanecen los que han demostrado ser supervivientes difíciles de eliminar.

En el Infinito en un junco, Vallejo cita un poema que el escritor bosnio Izet Sarajlić escribió en 1976 intitulado “Carta al año 2176”:

“¿Qué?/ ¿Todavía escucháis a Mendelssohn?/ ¿Todavía celebráis los cumpleaños de los niños?/ ¿Todavía ponéis nombres de poetas a las calles?/ Y a mí, en los años setenta de dos siglos atrás, me aseguraban que los tiempos de la poesía habían pasado –al igual que el juego de las prendas, o leer las estrellas o los bailes en casa de los Rostov–./ ¡Y yo, tonto, casi lo creí!”

La tauromaquia ha superado muchas pruebas, sobre todo, la prueba de los siglos. Eso no quiere decir que los que amamos la tauromaquia no la debamos defender, al contrario. Ante los ataques de los animalistas, nuestro deber es comprar un boleto e ir las plazas.

Y ahí, exigir que salga el toro bravo, con trapío y en puntas. Si eso se da, estoy cierto que mis bisnietos se seguirán emocionado con cuando un valiente haga suertes ante un toro de lidia.