¿Qué está pasando en el toreo que las cosas no resuenan como antes? Enrique Ponce anuncia su retiro y no se escuchan los lamentos que se dieron con otros toreros. Será que las cosas en los toros están tan tristes, que ya no dan para más asombros ni pesadumbres. Son muchas circunstancias las que debilitan las llamas de la pasión: El año y medio sin corridas ha dejado patente que se puede vivir sin ellas. Tal vez, la situación económica es tan mala, que asistir a la plaza de toros es lo menos preponderante. Será, también, que las personas tienen miedo de acudir a lugares concurridos en los que es más factible contagiarse del virus. De igual forma, la gente del toro está paralizada y parece que no tienen interés de volver a los ruedos, y los que sí han organizado festejos, sólo han conseguido pérdidas millonarias. Además, por si faltara, las corridas regresaron con todos sus vicios y mediocridades del pasado, la pandemia no movió al taurinismo a un cambio buscando la mejora.
En la actualidad, es Enrique Ponce el que se va y nos guste o no, es una figura de altísimos vuelos, que llevó sobre sus hombros la pesada estrella de ser un llenador de plazas; sin embargo, salvo algunos comentarios en redes, no hubo una gran consternación entre los seguidores. En los tiempos posmodernos que vivimos todo ha cambiado mucho y la indiferencia es una de sus características más atroces.
Desde luego, el anuncio de la retirada, mediante un texto supongo escrito por el propio matador, se da con todas las particularidades del relativismo contemporáneo. Dice que la ausencia será temporal, el documento habla de “tiempo indefinido”. Las dudas quedan, ¿hasta cuándo y para qué volverá a calarse la taleguilla?, eso no lo saben ni sus más allegados, como tampoco conocen las razones de la sorpresiva retirada.
Lo del tiempo indefinido tiene su guasa, en muchos casos, la afición ha tenido que pasar por dolorosos adioses de los toreros, luego, han llegado los regresos jubilosos, que al paso de los años, terminan por exhibir al diestro en la más lastimera de las decadencias y, finalmente, la despedida definitiva, que se da con visos de salida por la puerta de atrás.
Ponce está por cumplir cincuenta años de edad y ya tiene treinta de alternativa, así que, con tan larga trayectoria, está más visto que un video de reguetón en You Tube. Las carreras de las figuras son extendidísimas, se parecen a sus intervenciones en los tentaderos realizados en México; en ellos, el matador da tantos pases, que cuando cede los trastos a los torerillos, la vaquilla se sostiene recargada en la pared, resollando de agotamiento y clamando por un tanque de oxígeno.
Es verdad que el diestro valenciano a lo largo de su trayectoria bordó obras de gran belleza, pero también es cierto que en los últimos años, sus faenas se vieron cargadas más hacia la afectación que a la ortodoxia.
Sin embargo, la grandeza de Enrique Ponce está enmarcada por un currículo brillante, triunfos en todas las plazas del mundo, desde las de primera categoría, hasta las de los pueblos más escondidos de las serranías; un número muy alto de toros matados; lidias de belleza descomunal. Merece por tanto, una despedida de postín, canción de “La golondrina”, pañuelos blancos ondeados por los pocos que consigan entradas debido a la reducción de aforo y vueltas al ruedo recogiendo claveles.
Aplaudo la jubilación aunque llegó tarde y sostengo que no debería tener boleto de ida y vuelta. Ya es hora de que las figuras añejas dejen paso a los matadores jóvenes. Casi nadie ha sabido marcharse en plenitud, sin aburrir, sin volverse tan predecible y con los oros del vestido todavía brillando luminosos; “[…] antes que destruya / el tiempo la gentil corona, / cuando la vida dice aún “soy tuya” / aunque sepamos bien que nos traiciona”, que aquí también aplican las palabras del poeta Gutiérrez Nájera.