Algunas veces, no sé si voy o vengo: Bueno, en realidad esta es una pregunta bastante chafa, porque todo el tiempo “voy y vengo”, voy al mañana y vengo del ayer y, si todo el tiempo estoy yendo y viniendo, ¿cuándo estoy en el ahora? Me temo que nunca o, muy rara vez, y ése es el penoso asunto, porque todo lo vivimos superficialmente y nada nos satisface por largo tiempo. Los niños, en cambio, crean mundos sorprendentes a cada momento, sueñan, imaginan y se funden en el aquí y el ahora. Ven una piedra y se imaginan qué es un castillo encantado en el que viven hadas que tratan de rescatar a una hermosa niña que fue raptada por un dragón con grandes alas y garras de guerra. En cambio, uno como adulto “pensante”, tan solo ve una pinchurrienta piedra parecida a otra con la que se tropezó hace años y casi se rompe una pata.
Te sirven un delicioso flan y ya estás preguntándote, cómo le irá a caer a tu panza o cuánto peso vas a aumentar con el delicioso postre o más bien recuerdas que, un día, hace años, tu mamá te castigó por comerte el flan de tu hermano o simplemente te preguntas ¿en dónde lo habrán comprado? El caso es que no disfrutamos nada plenamente por estar rebotando del pasado al futuro. Guardamos penas y rencores, alegrías y tristezas con la esperanza de que nunca jamás vuelvan a suceder o vivimos con la esperanza de que “ojalá” sucediese de nuevo.
Es triste llegar a convertirte en el clásico adulto mamerto todo poderoso y sabiondo después de haber humillado y acallado la felicidad de nuestro niño interno, genial, imaginativo, poderosamente creativo y feliz.