Queridos lectores, tenemos que hablar seriamente. Lo he pensado mucho: no son ustedes, soy yo. Es que -perdón por la inevitable recurrencia al pretexto trillado- necesito darme un tiempo y también un espacio. Sin embargo, enfrentemos la situación con el mayor aplomo. A veces, cerrar un ciclo es doloroso, no obstante, ahorremos tristezas, hagámoslo como Palito Ortega en “Prometimos no llorar”, ese drama sesentero hecho canción, en el que mandaba a la tóxica por las cocas y después de advertirle que estaban sorbiendo el último café que tomarían juntos, se ponía en modo melancolía, recordando el momento en que se conocieron y lo felices que habían sido al comienzo; ya con la mujer puesta a desparramar sentimentalismo hasta por las orejas, todavía le exigía que se tragara las lágrimas porque habían prometido guardarse en el gañote la pena hecha nudo; o sea, una vez habiéndole dejado el corazón como taleguilla de novillero debutante en Las Ventas, le solicitaba ahorrarse el melodrama. Una cosa para cortarse las venas con galletas de animalitos.
Para lo nuestro, no cabe -sonaría muy falso- el “vamos a intentarlo de nuevo y prometo hacer lo que sea para volver a ser felices”. La cuestión, queridos lectores, es que sin corridas cada día es más difícil escribir de toros. Hace tres semanas, el artículo se quedó escrito y sin publicar, cuando mi esposa que también es mi corrector de estilo más severo, me reprochó: “Repites lo mismo que has dicho en textos recientes”.
Por otra parte, ¡claro!, acepto el contrargumento, aun no habiendo festejos los temas sobran. Ahí, está la bendita y amada Historia de la Tauromaquia; también, el anecdotario y las efemérides taurinos. Sin embargo, la verdad es que dejar de lado la actualidad aburre a los lectores y exime al escritor de su papel de objetor de conciencia.
Debo ser sincero con ustedes, conforme me adentré en los vericuetos de la tauromaquia, vino con ello la desilusión como una gota de agua picando la piedra. Me agotó el derrumbe de los héroes del ruedo, que se convirtieron en los villanos de la historia. Esos Teseos que en algún salón de su casa cuelgan las cabezas de los Minotauros a los que mataron, colección ignominiosa de pitones serruchados, cornicortos, o de erales a los que pegaron la placa de latón que dice “toro” para que el que la vea, sepa que se lidió como toro.
Me harté de la parodia y de echarle huevos para denunciar el fraude y la afrenta. Ustedes son testigos de que “De purísima y oro” es una columna irreverente, que no cede un centímetro del campo de batalla a cambio de la amistad de un torero, o por la invitación a un tentadero.
A donde vaya, me llevo ese orgullo.
Durante esta nueva etapa quiero dedicarme a la creación literaria, terminar una novela iniciada hace años y varios cuentos que, inacabados, duermen en una gaveta. También está lo nuevo por contar y la culminación de una tesis doctoral que, como una corrida de rejones, se ha vuelto interminable.
Siempre quedará el toro y mi veneración por el animal más bello, noble e impetuoso de la Creación. También, me queda Madrid. Ojalá, el tiro de mulitas pandémico no acabe por llevarlo en el arrastre. Para el que esto escribe es como una jaculatoria de esperanza ante el desencanto de lo visto por aquí. Lo reafirmo: a pesar de todo, siempre, me quedará Madrid.
Agradezco mucho los mensajes recibidos. A veces, eran para decirme que estaban de acuerdo con la opinión, otras, para criticar lo dicho mostrando la seria oposición y recordarme a todos mis muertos; en algunas ocasiones, llegaron al punto de llamarme chalao, que para mí era la confirmación de que yo estaba diciendo la verdad. También, me cuestionaban con el puyazo del a ver si te bajas a la arena y te pones cerca, pero yo soy profesor y escritor, así que las cornadas me las dan la ortografía y la sintaxis; las orejas, los reconocimientos académicos y literarios, que no es por presumir, tengo algunos. Muchos mensajes también fueron para felicitar a “De purísima y oro”, toda mi gratitud a las personas generosas que se tomaron la molestia.
Igual, mi agradecimiento más sentido a los diarios, las revistas y páginas electrónicas, algunas ya desaparecidas ante los embates de las circunstancias vigentes, que publicaron los artículos de fondo.
La acción de leer es un pacto de amor entre el lector y el que escribe, y ustedes siempre han sido amorosos conmigo, mil gracias. Tirar pa’lante, si en alguna ocasión, me besa la musa y escribo algo, lo subiré a la página.
Hasta siempre.