Pudo haberlo escuchado o perdido en el mar de contagios, el gobernador de Puebla se contagió de Covid. Afortunadamente, y gracias a la inmunización, no hubo afectaciones a su salud o secuelas de las que estemos enterados. Él, así como el resto del país, adaptó sus hábitos al teletrabajo, home office, trabajo remoto, o como usted lo conozca.

Para Miguel Barbosa eso significó regresar a su residencia en Tehuacán y realizar, por ejemplo, la videoconferencia mañanera desde su casa.

Basado en su declaración patrimonial y vox populi tendríamos una de cinco en probabilidades de atinar el domicilio exacto en Tehuacán, pero por la calidad de la transmisión no importaría si fuese el exclusivo fraccionamiento Reforma, La Purísima o el Infonavit El Riego.

Pausarse repetidamente, perder sincronización y desconectarse son los síntomas más visibles de la enorme desigualdad que es el internet. Este ha dejado de ser novedad etérea para encontrarse profundamente entrelazado a todas las actividades directa o indirectamente.

La capacidad de transmitir información digital en tiempo real está remodelando los fundamentos de todas las industrias. La mayor cadena de hospedaje no tiene propiedades, Airbnb, el negocio del transporte privado es el algoritmo de Uber, y moda y tendencias no son más que datos agregados de Instagram y Pinterest.

Estos desarrollos se han construido alrededor de una premisa básica: acceso confiable y suficiente a internet.

Si usted nació en los 90s o antes recordará aquellas lentas conexiones telefónicas a las que pocas personas podían acceder, hoy el consumo de internet ha cambiado radicalmente.

En Puebla existen 3.6 millones de usuarios de internet, algo así como 60 por ciento de todos los poblanos mayores a cinco años. Mencionar, hace no muchos años, que un infante era risible pero los teléfonos inteligentes han democratizado el acceso con costo y sencillez. 77 de cada 100 accesos a internet son hechos desde smartphones y el uso por género es un 50-50, inconcebible para cualquier otro servicio público.

Tehuacán, pese a ser la segunda zona urbana de relevancia, no tiene la capacidad de proveer a su ciudadanía condiciones para competir en igualdad de internet con la capital, por usar un ejemplo.

Lo agreste de su terreno y falta de infraestructura física hace que parte de la población acceda a internet a través de proveedores satelitales locales que cuentan con repetidoras. Esta es la única manera de acceder a internet en lugares como Chichihualtepec, Chazumba o dentro de la Reserva de la Biósfera de Tehuacán.

Esta situación en la región tehuacanera pudiera cambiar con el pleno funcionamiento de la fibra óptica que la empresa Megacable construye a través de 120 kilómetros entre Tehuacán y Huajuapan de León, Oaxaca. Cuarenta y siete de esos kilómetros atraviesan la reserva antes mencionada.

Por costo-beneficio el tendido de fibra óptica no resulta atractivo para muchas zonas del interior, y es ahí donde entra el proveedor extranjero que solucionará lo que el gobierno federal ha desdeñado con la cancelación de la Subsecretaría de Comunicaciones y Desarrollo Tecnológico de la SCT, proveer internet a todos.

Elon Musk, la persona detrás de Tesla o SpaceX, ha impulsado el proyecto de internet satelital Starlink con una pléyade de más de 14 mil pequeños satélites que cubrirán la totalidad de la masa terrestre.

Con un costo inicial de quinientos dólares y una mensualidad de 2 mil 300 pesos, usted ya puede adquirir este servicio para México, de cobertura limitada, y esperar a que la disponibilidad de equipos le mande uno para disfrutar de velocidad y confiabilidad insospechada para esas zonas. Esto será genial para gente como el gobernador, que ahora podrá realizar conferencias en tiempo real desde cualquier remoto punto de nuestra geografía, pero es el anuncio anticipado de una concentración de mercado que se avecina y va a traer llorando a medio mundo cuando ajusten tarifas como Uber hace unas semanas.