Conecta algo al enchufe y, esté al corriente de sus pagos con la CFE, instantáneamente funciona. Ese watt que usted consumió fue generado momentos antes en alguna de las fuentes proveedoras de energía del país. Ya venga de una planta de ciclo combinado, que son las de gas natural y que dominan en México con 6 de cada 10 plantas energéticas, o de cualquier otra, toda la energía se genera en tiempo real para su consumo.
Este sistema on-demand trae el dificultosísimo inconveniente de mantener en justo equilibrio la oferta contra la demanda, en tiempo real, todo el tiempo. Cualquier minúsculo desbalance trastocaría el sistema eléctrico nacional con resultados catastróficos para la vida industrial y civil del país.
Conocer la problemática nos lleva a cuestionamientos naturales para nuestros razonamientos modernos: ¿Por qué no almacenamos esa energía en baterías y la usamos conforme se necesite? Al final esa lógica la aplicamos en nuestra vida diaria. No cargamos por ahí con dínamos u otros artilugios para generar energía eléctrica, la almacenamos para tenerla a disposición en nuestros teléfonos o relojes.
Este cuello de botella es indudablemente una de las piezas más importantes del rompecabezas energético de nuestros tiempos.
Gas, petróleo y otras fuentes de carbono son, de alguna manera, baterías. Potencial densamente empacado que puede ser movido con relativa facilidad y transformado rápidamente en energía utilizable.
Por eso se dice, bajo esa lógica y de un lado de la moneda, que la energía solar y eólica son intermitentes. El otro lado, innegable, es que son la manera más barata y limpia de generar energía en el mundo; solo no sabemos cómo almacenarla cuando la tenemos para cuando la necesitamos.
Las baterías convencionales, como la de casi cualquier artilugio digital de hoy en día, son baterías basadas en litio que aprovechan una reacción química reversible para obtener energía rápidamente, en poco peso y espesor, y que en lo general no sirven para el titánico propósito de almacenar energía suficiente para abastecer centros de población por días. Se desgastan, explotan y demás negatividades en la amplia escala.
Una pila convierte energía química en eléctrica con tres elementos: dos electrodos, uno positivo y otro negativo, y una disolución conductora, un electrolito. No se preocupe de la ciencia detrás para ojear el futuro.
Los investigadores proponen adelantos con electrolitos sólidos, como sales que se funden al alcanzar sus temperaturas de trabajo por encima de 500°C y proveen inmensas densidades energéticas, entre decenas de otras mezcolanzas de la tabla periódica y los diagramas de fases.
Pero también hay conceptos que poco se asemejan a nuestras nociones de pilas, como las baterías de gravedad.
Su razonamiento es directo, cuando la energía está disponible y barata úsala para un proceso mecánico que al revertirlo te regrese energía. ¿Cómo qué cosas? Lo más tradicional es bombear agua a reservorios que después puedan aprovechar las turbinas de una hidroeléctrica, pero apilar cubos de concreto o comprimir aire funciona igual. Torres de varios pisos con miles de metros cúbicos de potencial, parte de la energía gastada en subirlos la podemos recuperar al bajarlos, con una simple polea, por ejemplo.
Y es que el futuro de masificar este almacenamiento de energía no puede cruzar por materiales raros o demasiado caros, vea el desastre especulativo del litio o el cobalto como muestras de cómo no llegarán beneficios a todos por esa ruta.
La humanidad no puede avanzar sin energía, pero los avances comerciales nos alejarán de redes nacionales y mastodontes anquilosados como la CFE. El futuro es generación, almacenamiento y uso local y barato de energía, tan local como el techo de su casa, tan barato como nos dejen; democratizar la energía es la igualdad de oportunidades para nuestro futuro presente.