Una corrida de toros es una metáfora de la vida en donde hay sangre, gozo y muerte. Se entrelazan poéticamente lo masculino y lo femenino, lo grotesco con lo artístico, el drama con el deleite.
Aprovechando que el 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, es oportuno recordar la película Blancanieves (Pablo Berger, 2012) en la que de forma alegórica se reivindica a la mujer en los toros.
Blancanieves es una película neo-muda, en blanco y negro, teñida de melancolía, con una banda sonora que mezcla lo lúgubre con lo hechizante. Traslada a Andalucía el mítico cuento de los hermanos Grimm que popularizó la producción animada de Walt Disney.
Como sucede en la fiesta brava como parábola de la vida, Berger hace que la película pasa de lo cómico a la dramático y que por momentos roce en la terrorífico.
La cinta cuenta la historia de Carmencita/Blancanieves, hija de Carmen Triana, una bailaora flamenca, y Antonio Villalta, un torero aclamado por el público.
En el momento cumbre de su carrera, el padre de Carmencita sufre una grave cornada. Sentada en una barrera está su esposa embarazada. Ante la impresión, se le rompe la fuente y es trasladada al hospital, donde muere en el parto.
El director resalta lo femenino de la tauromaquia en todo momento. El vestido de torear con ornamentos feminizantes: alamares, bordados y adornos.
El ritual de vestirse en donde hay momentos de gran estética femenina como cuando el torero, cual bailarín, da vueltas para colocarse la faja en la cintura.
Las escenas trágicas de la película muestran en primer plano la iconografía propia de la cultura hispana que resalta a la mujer. La Virgen, representación femenina de la tradición católica. La medalla de Carmen de Triana, que es cantante folklórica y mujer de torero.
Después, un desplazamiento de lo masculino a lo femenino: la protagonista de la historia es una torera (mujer) y no un matador (hombre). Como lo señala Luis Martín Arias en "Ideología y poética en Blancanieves (2012) de Pablo Berger":
"No es esta una propuesta inverosímil en relación con la realidad de la Tauromaquia ya que, pese a su fama de machista, en la historia del toreo han existido siempre mujeres toreras bien documentadas (…) siendo referencias famosas la de Nicolasa Escamilla, «La Pajuelera», que aparece retratada en 1816 en el grabado número 22 de La Tauromaquia de Goya (…) o bien la de Teresa Bolsi, de cuya popularidad dejó constancia Gustavo Doré en su grabado de 1862".
Es interesante la propuesta del director que en las escenas taurinas no se ve la sangre del toro. No hay suerte de varas, banderillas, ni estocadas.
El dolor y la sangre se observa en los seres humanos. Hay dos escenas que se van combinando mediante un montaje alternado y paralelo: la de la de la operación del torero corneado y la del parto de su mujer.
Se muestra así que los taurinos no vamos a la plaza a ver sufrir al toro, sino a observar un acto ritual en donde el héroe arriesga el físico para emocionar y alcanzar la gloria.
En la película, como en la vida, la violencia no está en la plaza de toros. El director presenta con regodeo escenas terroríficas. El estrangulamiento y ahogamiento de Carmencita, el asesinato del chofer por parte de la sádica madrastra de Blancanieves, que le golpea en la cabeza con una estatua, o la muerte del torero Antonio Villalta a quien la bruja avienta por la escalera.
Al final de la película hay una nueva corrida. Blancanieves se enfrentará al toro «Lucifer», hermano de «Satanás», el endemoniado toro que había herido a su padre. «Lucifer» salta al ruedo porque Jesusín –otro de los villanos de la historia que estaba celoso del éxito taurino de Blancanieves– lo sustituye por el novillo «Ferdinando», que hace alusión a otra animación de Walt Disney.
Blancanieves triunfa e indulta a «Lucifer». Pero la tragedia sigue rondando. La heroína muerde la manzana envenenada. A diferencia del cuento tradicional, aquí no hay príncipe azul que la despierte. Rafita, galán enamorado, se limitará a venerarla en silencio.
La película de Pablo Berger presenta un universo simbólico: católico, taurino y flamenco. Una metáfora en donde se articula lo femenino y lo masculino. Un cuento de hadas en el que, como en una corrida de toros, el espectador adquiere la conciencia de la muerte y de la angustia existencial asociada con ella.