El pasado sábado 30 de abril en el ruedo de La Maestranza de Sevilla, Antonio Ferrera brindó un toro en el ruedo al futbolista Joaquín Sánchez, capitán del Betis, que desató la polémica.
Lo calificaron de "falta de respeto", "desacato", "sacrilegio", "¡qué barbaridad!", dijeron algunos. Ante los ataques, Cristina Sánchez, apoderada del torero escribió en su cuenta de Twitter: "Al suelo que vienen los nuestros".
Antonio Lorca en su artículo de El País dijo que futbolista y torero deben ser duramente sancionados e hizo alusión a una ley publicada desde 1991.
Mientras leía los argumentos jurídicos para castigar a un matador de toros, me acordé haber escuchado al maestro Pepe Alameda decir que el reglamento taurino debería tener un solo artículo: "se prohíbe el reglamento taurino".
Con su sensibilidad de poeta, Alameda era de la idea de dejar fluir el sentimiento de los artistas y no encorsetarlos con rígidas normas.
Eso no quiere decir que no se deba respetar la liturgia. Como hemos explicado en este espacio, la liturgia se compone de ritos y ornamentos necesarios para transmitir el misterio que envuelve una ceremonia en donde está presente la muerte. Estos elementos son importantes para separar lo profano de lo sagrado.
La mejor explicación del tema se la escuché al sacerdote Ranulfo Rojas Bretón, rector del seminario de Tlaxcala, en una entrevista que le realizó Jaime Oaxaca en el programa de radio Tlaxcala Taurina en noviembre del 2018.
El padre Rojas Bretón comparó la solemnidad taurina con lo que un sacerdote realiza antes de oficiar la Santa Misa: "Llegamos de la calle, del ambiente profano, no puedo llegar así al altar de lo sagrado, necesito un espacio de purificación, no soy digno de celebrar lo sagrado, quién soy yo, un humano, con defectos, con limitaciones, con carencias para presentarme ante Dios, no tengo posibilidad, necesito un momento de desprofanizarme y comenzarme a sacralizar, pedir la venia de Dios para que me permita celebrar lo sagrado. Necesito purificarme".
El sacerdote dijo que acompaña el proceso de revestirse con oraciones para ser digno de acercarse al altar y ofrecer un sacrificio sagrado. Los matadores de toros, conscientes del rito taurino, realizan ceremonias similares.
Se persignan, besan las imágenes, se desmonteran para concentrarse y hacer oración. El callejón separa la profano –es decir, el escándalo, la convivencia, donde hay cervezas, botanas, gritos…– de lo sacro.
Por esa razón, según lo explicó el sacerdote Rojas Bretón, "cuando hay un brindis, solamente debería entrar a la arena alguien que ha sido o es torero o está muy cerca de esa sacralidad, pero nadie del ambiente profano debería meterse en el terreno sagrado".
Antonio Ferrera entiende dicha solemnidad. Le dijo al futbolista: "Salta, que tú eres torero. Tú tienes que pisar el albero". Y es que días antes, como parte de las celebraciones del campeonato de la Copa del Rey, Joaquín Sánchez había sacado un capote y toreado de salón para reivindicar a la tauromaquia.
Tenemos que entender el contexto actual. Estamos siendo atacados por antitaurinos. Hay una parte de la sociedad urbanita que esconde la muerte, humaniza a las mascotas y condena lo que no entiende.
Ante esta realidad, no cabe duda que le hace bien a la fiesta cuando un personaje popular, como el capitán de un equipo de futbol, se declara taurino. Y sobre todo si lo hace en el momento más importante de su carrera –la celebración de un campeonato– y ante los máximos reflectores como puede ser la televisión y demás medios de comunicación masiva. Por ello aplaudo el brindis que le hizo Ferrera.
El torero extremeño está lleno de excentricidades que molestan a los puristas. Le ha pasado siempre a los artistas barrocos. De hecho el término "Barroco" tenía una evocación ofensiva. La palabra viene de un vocablo portugués que quiere decir "perla irregular".
Decían que el movimiento estaba caracterizado por la irracionalidad y la artificiosidad que contrastaba con la sabiduría del Renacimiento y a la racionalidad del Neoclasicismo.
Las críticas que le hacen al toreo de Antonio Ferrera se parecen a las que en su momento le hacían a Caravaggio, Velázquez, José de Churriguera o Vermeer.
Los barrocos han estado siempre empeñados en intentar detener el paso inexorable del tiempo a través de la incesante alteración de lo visible. Por eso las excentricidades de Ferrera.
La cultura barroca tiene un carácter alegórico y metafísico. Desde los siglos XVII y XVIII que inició este movimiento, ha sido caracterizado por la complejidad y el dinamismo de las formas, la riqueza de la ornamentación y el efectismo.
Los artistas barrocos le han conferido a los objetos un sentido trascendente cuyo significado trata de darle a la obra una intención espiritual. Y sino, piensen en el capote azul de Ferrera.
No es nuevo que las extravagancias barrocas sean calificadas de bizarras, superlativas o, incluso, ridículas. En la Encyclopédie de Diderot se referían a la música barroca como confusa, disonante y cargada de modulaciones.
Yo, en cambio, disfruto de los excesos en la pintura de El Greco o de Caravaggio, me emociono con las disonancias de la música de Händel y celebro los brindis y las extrañas estocadas de Antonio Ferrera.