En tiempos de campaña cualquier promesa es poca para jalar votos y adeptos al molino, al final prometer no encarece. Y aunque la enorme mayoría de las ofertas políticas no son vinculantes, en ocasiones estas regresan para ser recordadas.
Justamente esto vemos con la iniciativa de la legisladora del PAN, Guadalupe Leal Rodríguez, que busca prohibir en Puebla la tauromaquia y la pelea de gallos, así como otras arbitrariedades animales, mediante reformas al Código Penal y la Ley de Bienestar Animal. La diputada panista, en entrevista tras la presentación de su iniciativa hace un par de semanas, indicó que cuenta con el respaldo de tres cuartos del congreso, situación que contrasta con la declaración del diputado Sergio Salomón Céspedes, quien no vio circunstancias posibles para su discusión en parlamento abierto.
Pese a estas condiciones es una realidad que dieciocho diputados firmaron la carta “Haz tu Compromiso para una Agenda Ambientalista”, impulsada por el Movimiento Ambientalista de Puebla, junto a otro grupo de organizaciones. El asunto es que al detenerse un momento –colocar un paño frío a las emociones– y analizar los detalles, mucho se desmorona.
Por ejemplo, los firmantes. Como la diputada Olga Romero Garci-Crespo, quien se encuentra peleando una herencia valuada en más de 600 millones de dólares, ¿la fuente de esta riqueza? El imperio de la fallecida Doña Socorro Romero Sánchez, construido principalmente sobre la Avícola Tehuacán y el negocio de los pollos y los huevos, piense en la marca El Calvario. Entre este imperio avícola, que llegó a ser el quinto más grande del país, y otras cuantas explotaciones para huevo hay 30 millones de aves en continua utilización para poner blanquillos, mientras que otros 25 millones de cabezas son sacrificadas anualmente por su carne. Solo en Puebla 55 millones de aves contra un puñado de gallos de pelea; más aves mueren por canibalismo en las propias granjas.
En la propia región de la diputada, Tehuacán, tenemos un evento que lleva el nombre matanza. La Danza de la Matanza –y la muerte del primer chivo– por más que sea un acto cultural e histórico e involucre pedir permiso a los dioses y honrar al animal por el tetlale, termina en la primera pica y el matancero enterrando un cuchillo en el cuello del chivo. Que esto se haya omitido del escenario principal últimamente no significa que no pase tras bambalinas. Otras seis mil cabezas son sacrificadas de manera muy artesanal para producir las carnes del chivo y el mole de caderas. Estas prácticas se verían amenazadas por la reforma.
Puebla sacrifica al año medio millón de bovinos para carne, además de un par de cientos de miles que son empleados en la industria lechera. La tauromaquia en Puebla, que no tiene no más de veinte presentaciones al año en todo el estado, involucra la muerte –números más o menos– de ciento veinte animales en total, que terminan siendo consumidos como carne; apenas el 0.015% comparado contra el animal de establo.
Muchos de los argumentos se centran en la dignidad y calidad de vida y muerte de los animales implicados. Claramente quienes hablan de esto en su vida han ido a un rastro, un establo de engorda, una ganadería de toros bravos o un matadero municipal, y se lavan culpas con conceptos como animales de abasto y el sacrificio como indica la ley.
El animal está herido y muere para el placer y consumo del humano, exclaman los defensores de esta ley, ¿se está hablando de un rastro o una plaza de toros? Atacar a la tauromaquia permite ir por la tangente y apelar a la moralidad en vez de la razón o el bien público.
Hablar de tauromaquia y cárnicos es hablar de muerte y sangre, no hay duda, pero nuestras generaciones han decidido expiar sus culpas del consumo y considerarse tan puras como el blanco plato de unicel donde compran sus bisteces. Un futuro sin aprovechamientos animales es posible, pero mediante la ciencia y reformas civilizatorias, no con cruzadas chiquititas contra molinos de viento.