Hace un mes ocurrió un inusual decomiso en el aeropuerto de la CMDX. Dispuestas en 16 maletas de viajeros mexicanos y brasileños, empacado como cacao amazónico, el personal de aduanas decomisó 141 kilos de drogas. Ahí nada nuevo, lo peculiar viene al ser la primera incautación de ayahuasca por autoridades nacionales.
La ayahuasca es una liana distribuida por toda la Amazonía, donde las comunidades indígenas aprovechan sus capacidades psicotrópicas en contextos ritualísticos, chamánicos y espirituales para llegar a un estado de consciencia alterada.
Si no la conocía, no está solo. El propio general secretario de la defensa, Luis Cresencio Sandoval, quien informó en la mañanera presidencial del decomiso, tenía todos los datos mal. Desde confundirla como opiáceos, donde encuentra heroína o morfina, hasta errando el lugar de origen.
La planta, consumida como brebaje, transporta a un estado de sensibilidad e inteligencia que es considerado sagrado para las comunidades amazónicas; al grado que Perú ha clasificado como patrimonio cultural de la nación su uso ancestral.
Esto contrasta enormemente con la visión de AMLO –en campaña– donde sostenía que la estrategia prohibicionista en estupefacientes era insostenible, además de sus recientes declaraciones a favor del uso de terapias alternativas como acupuntura, herbolaria y homeopatía, y a favor del uso de la medicina tradicional en nuestro país.
Y es que el uso de especies psicoactivas está íntimamente ligado a la idiosincrasia de México y el continente. Desde los tiempos de Fray Bernardino de Sahagún tenemos descripciones del manjar de los chichimecas –el peyote– entre cientos de otros cactáceas y hongos de toda nuestra geografía. El tepezcohuite, que habrá visto en decenas de productos para tratar desde quemaduras hasta úlceras estomacales, es un tipo de ayahuasca.
Todas estas especies encuentran su potencial en la química, conteniendo compuestos tan variados como la dimetiltriptamina –el famoso DMT– o la trimetoxifeniletilamina –la aún más famosa mescalina–.
El potencial de estos compuestos alucinógenos es inmenso en la psiquiatría, la atención a los trastornos mentales, y el tratamiento de patologías como alcoholismo o consumo problemático de substancias.
Este potencial psicodélico fue experimentado por los exponentes de la generación Beat, como los estadounidenses Kerouac, Ginsberg o Burroughs. Pero el uso terapéutico de nuestra herbolaria mexicana tuvo un máximo exponente: el extraordinario doctor Salvador Roquet.
Roquet, en las décadas de los 60s y 70s, llevó a cabo más setecientas sesiones con sustancias alucinógenas, donde incorporaba plantas que le sonarán tan común como toloaches o xtabentún, además de los ya mencionados peyotes y ayahuascas.
Las sesiones, en la colonia Roma de la CDMX, eran llevadas a cabo en ambientes controlados, incorporando elementos de psicoterapia freudiana y analítica. Ni uno solo de sus pacientes sufrió adicciones o daños permanentes, viendo enormes resultados favorables en su salud mental.
Conjuntar la riquísima etnobotánica nacional con la ciencia psiquiátrica moderna fue demasiado para un país que describió a Avándaro como “encueramiento, mariguaniza, pelos y muerte”, por lo que su Instituto de Psicosíntesis fue cerrado y el propio doctor encerrado por algún tiempo.
Hoy en día la gran mayoría de estas plantas están penalmente sancionadas, restringiendo su estudio y aplicaciones terapéuticas, retrasando el entendimiento de la química de nuestro cerebro. Hemos visto al espacio y los átomos, pero tenemos un terrible pánico de mirar dentro nosotros, donde fluyen juntas todas nuestras contradicciones.
Ayer, el rutilante titular de salud estatal, José Antonio Martínez García, junto al gobernador Barbosa, presentaron la rehabilitación del hospital psiquiátrico “El Batán”, confrontando las directrices federales de desaparecer dichos hospitales; perdamos el miedo de integrar nuestras personalidades de una manera distinta.