En el deporte profesional todo suma en la búsqueda del máximo rendimiento. Lo anatómico, características físicas con las que nacimos. Lo fisiológico, lo que entrenamos para mejor desempeño. Lo psicológico, controlar emociones para utilizarlas estratégicamente. Y lo socioeconómico, que incide y condiciona todas las anteriores.
Anatómicamente, los hombres promedian mayores pulmones y corazones, y menor proporción de grasa contra masa muscular que las mujeres. Por cuestiones de testosterona, el conteo de células rojas –asociadas a la oxigenación y desempeño del músculo– es mayor.
Esto pudiera llevar a pensar que los hombres tienen mayor rendimiento en los deportes profesionales, lo cual pudiera ser cierto, pero, ¿se ha puesto a pensar que todos los deportes los desarrollaron hombres? Esto ha decantado hacia deportes de fuerza, en vez de pruebas de resistencia, donde los hombres por el tipo de músculo y figura anatómica –con mayor desarrollo muscular en la parte superior– tienen ventajas infranqueables por sexo biológico.
Las discusiones son muchas, pero afortunadamente los tiempos modernos lo han resuelto con el cinismo de costumbre: es un mercado sin explotar.
El mundo deportivo femenino vive un desarrollo muy importante. En un ciclo virtuoso, el deporte femenil se profesionaliza más, atrayendo mayores audiencias, generando más ingresos, e invirtiendo en desarrollar un deporte-espectáculo con más aficionados. Este ciclo, además de la necesaria curva de aprendizaje, se acompaña de una lucha por equidad en ingresos con las contrapartes masculinas.
Uno de los mejores ejemplos es el fútbol estadounidense. En 2019 la escuadra femenina hizo dos cosas. Primero, ganó el mundial FIFA en Francia, para después –el equipo completo– demandar penalmente a su asociación de fútbol por discriminación al no pagarles lo mismo que el equipo masculino; cosa que terminaron ganando hace apenas meses.
La copa mundial es su cuarta, además de cuatro medallas olímpicas de oro y nueve campeonatos CONCACAF. El equipo norteamericano tiene gran público, la gente busca ver sus partidos y comprar su mercancía. Tienen el récord del de fútbol más visto en la historia de EUA, con veinticinco millones de espectadores, y genera 50 millones de dólares al año, misma cantidad que los masculinos. Como comparación toda la selección mexicana genera unos 300 melones anuales.
Otro gran ejemplo es el tenis, que comenzó su lucha feminista con Billie Jean King, quien amenazó con boicotear el torneo de Wimbledon del 73 – culminando en la creación de la Asociación de Tenis Femenino –, y estableciendo el tenis como uno de los deportes más paritarios en premios.
En uno de los torneos más relevantes del año pasado, el Abierto de Estados Unidos, la final de hombres tuvo dos millones de auditorio, el de mujeres, medio millón más. El dinero del premio, desde el movimiento de King, es idéntico para ambos géneros; hasta dos millones y medio de dólares al ganador.
¿Hay un problema como relación entre audiencias? Sin duda, no te puedes volver fan del partido que no puedes ver. Pero en estos tiempos de mercados hiper especializados y hambrientos de contenidos, el tiempo nunca había sido mejor.
El valor de todos los ingresos femeniles deportivos globales se calcula en mil millones de dólares, contrastado con los masculinos, valorados en 500 mil millones. Sin embargo, el mercado se está expandiendo decididamente hacia la otra mitad de la población, que quiere verse reflejada con lo que pueda identificarse. Tan solo recuerde que, en las Olimpiadas de 1900, las primeras con participación femenina, dos de cada 100 atletas, eran mujeres, ahora, en Tokio fueron 49.
Por ahora, tan solo en el fútbol, esta quincena tuvimos campeones de Eurocopa, Inglaterra, de Copa América, Brasil, y CONCACAF, Estados Unidos, y hasta un escándalo sexual, en la selección mexicana; probando que somos más iguales de lo que nos reconocemos.