En octubre del 2022 muchos nos sorprendimos cuando Phoebe Plummer y Anna Holland, dos activistas que denuncian la crisis ambiental, arrojaron sopa de tomate a los Girasoles Vincent van Gogh en la Galería Nacional de Londres. "¿Qué vale más el arte o la vida?" Se preguntaban las jóvenes en un video después de su ataque.

Los atentados se han repetido contra obras de Monet, Vermeer, Goya, Leonardo da Vinci, Botticelli, Picasso y Andy Warhol.

Letreros de "Just Stop Oil" (simplemente detengan el petróleo) y arrojar alimentos como puré de papas, pastel, tomate o harina a piezas de arte se ha convertido en una protesta común de los ambientalistas. Con sus acciones cuestionan: ¿Cuál será el valor del arte en el futuro si ni siguiera puedes comer?

El portavoz de una organización llamada Ecologistas en Acción justificó los atentados: "No se está haciendo nada ante un problema tan grave como el cambio climático, que nos pone en peligro como especie. Y ante esa inacción, es normal que la juventud esté desesperada".

En México ha sucedido algo similar. Un juez en la CDMX prohibió una manifestación artística cerrando la Plaza México, atentando contra la propia Constitución, bajo el supuesto que afectaba el medio ambiente.

Hay una discusión profunda detrás de estas manifestaciones: ¿Es el arte prescindible? ¿La alimentación o el medio ambiente están por encima de las manifestaciones humanas que nutren el espíritu? ¿Es el arte una necesidad o un simple lujo para adornar nuestra vida? ¿Es el arte algo superfluo que debe estar subordinado a lo que tenga un sentido práctico como el vestido o el alimento?

El arte nos transporta a una dimensión de trascendencia. Para Kant el arte viene impuesto como un mandato desde adentro del ser humano. Hegel, por su parte, dice que "el arte es una forma particular bajo la cual el espíritu se manifiesta".

Y Nietzsche, dentro de su nihilismo, sostiene que el arte tiene más valor que la verdad por ser afirmador de la vida del ser humano.

El arte es la expresión sensible de una idea. Es el lenguaje con el que se expresan las emociones y los sentimientos. Nos ayuda a entender lo somos, lo que ha sido y lo que es el mundo.

Pero para ello hay que elevarse a una categoría de abstracción y discernimiento que el pragmatismo de la sociedad actual hace que sea incomprensible para algunos.

Las obras de arte valen por sí mismas. No necesitan nada exterior a ellas. No requieren de una finalidad práctica que les de sentido. Hegel explicaba que "la obra de arte persigue un fin particular que es inmanente a ella". El ser humano usa tanto al arte como a la religión para expresar lo que hay en el alma. Para trascender.

Una obra de arte ya sea un poema, un cuadro, una pieza musical o una faena ante un toro bravo —mucho más que los atentados terroristas como los que realizan los activistas en los museos— tienen la capacidad de perturbar. Nos producen sorpresa, emoción, nos hacen sentir humanos. Nos separan de las bestias.

La sociedad del siglo XXI se encuentra en una vida monótona. El arte nos ayuda a lidiar con el estrés y el sedentarismo de la vida cotidiana. Requerimos el arte para mantener el buen gusto y la salud mental.

Las bellas artes no son un lujo, sino una necesidad para los que vivimos dentro de una comunidad. El arte es tan esencial como la comida, el abrigo o la seguridad.

Los atentados contras las obras de arte no son nuevos. Feministas que buscaban el sufragio para la mujer en el Reino Unido destrozaron pinturas famosas en 1913.

Cien años después, el Tate Britain, un museo en Londres, presentó una exposición con piezas artísticas e iconografía religiosa que habían sido destruidos por distintas manifestaciones violentas.

El Tate Britain expresaba que ese vandalismo atentaba contra uno de los valores superiores de nuestra civilización: el arte en cualquiera de sus expresiones.

Alberto Durero, uno de los artistas más famosos del Renacimiento alemán, decía que sólo un maníaco o un criminal atacaría una obra de arte.

Quizá en esa categoría podríamos clasificar a las ambientalistas que vandalizan las pinturas en los museos de Europa, al abogado Pérez de Acha y al juez de la CDMX que se coludieron para cerrar una la plaza de toros o Raymundo Martínez Carvajal, presidente municipal de Toluca que canceló una corrida de toros que se iba a realizar a beneficio de niños con cáncer.

Todos ellos, ante un supuesta superioridad de la naturaleza o de las cuestiones prácticas como la alimentación o el abrigo, atropellan la trascendencia y la espiritualidad del ser humano.