El del día de ayer —un martes trece de esos que afianzan las jettaturas y los malos farios—, la tensión entre el círculo rojo fue creciendo conforme transcurrían las horas de la mañana.
Como bola de nieve, desde las 11 de la mañana la rumorología fue aumentando con la versión del grave trance que pasaba el gobernador.
Las versiones iban desde un infarto, pasando por todo tipo de enfermedades, hasta quien de manera categórica te aseguraba que había muerto de manera fulminante.
Es ahí en donde el oficio periodístico es tentado por el canto de las sirenas que te incita a ganar una exclusiva que solo satisface al voraz reportero que gana una nota, pero pierde algo más valioso que es la del respeto a los tiempos de la vida.
Fue así como muchos de los que estábamos en el salón anexo de Casa Puebla, esperamos a que se hiciera oficial lo que todos intuíamos.
Permítanme relatarles lo ahí vivido.
Lo que se tenía previsto como un festejo prenavideño entre el gobernador Miguel Barbosa y representantes de los medios de comunicación culminó con rostros tensos, confusos e incrédulos que esperaban la trágica noticia.
A diferencia de otros años, los efusivos saludos pasaron a segundo término. En las mesas se veían a funcionarios, políticos y periodistas inmiscuidos en sus celulares, observando por instantes el rostro de los colegas y de los secretarios, para tratar de confirmar o descartar lo que hasta antes de las 15 horas era un creciente rumor.
Los secretarios saludaban con un desdén que denotaba la preocupación por la salud del mandatario. Ana Lucía Hill caminaba apresuradamente sin saludar.
En la fría tarde del martes 13 de diciembre un tuit de Pedro Ferriz Hijar revelaba la noticia que minutos más tarde confirmaría el presidente Andrés Manuel López Obrador: el gobernador Miguel Barbosa había fallecido.
Unos minutos después, en Casa Puebla, donde estaban convidados los periodistas, Verónica Vélez fue arropada por los integrantes del gabinete para confirmar la muerte de su jefe político.
En una improvisada y tensa rueda de prensa, tras unos minutos de ausencia, Verónica regresó al salón de Casa Puebla. Sobraban las palabras. No era necesario decirlo, pero había que hacerlo.
Los invitados sin pensarlo dejamos salir al reportero que llevamos dentro y sacamos el celular para grabar el mensaje.
El gobernador ha muerto.
Al instante, cada uno de los invitados especiales comenzaron a dispersarse. Algunos se arrinconaban para llamar a sus redacciones, dar indicaciones, compartir el asombro. Otros más enviaban desde sus celulares el video para que se pudiera difundir en las redes sociales.
La incertidumbre que desde la mañana se había apersonado entre el círculo rojo, se transformó en la más cruda realidad, sólo comparada a la que otro grupo político vivió hace cuatro años.
Y cómo el ADN no distingue momentos ni lugares, la naturaleza nos traicionó y surgieron las obligadas preguntas:
¿Qué carajos va a pasar? ¿Quién será el interino? ¿Quién se beneficia?
Preguntas crudas, pero que todos nos hacíamos y cuyas respuestas pueden resultar aún más escalofriantes.
Y mientras la clase política se despedaza por el poder, el luto vuelve a estremecer a Puebla en una fría mañana de diciembre.