El derroche de recursos, principalmente públicos, por parte de las corcholatas, nacionales y locales, es obsceno, aberrante e indignante. Lo es por las cantidades descomunales que se desperdician y por los meses que faltan para que oficialmente arranque el proceso electoral.

La colocación de espectaculares, la pinta de bardas, la compra de portadas de revistas y todos los gastos de logística que se han requerido para las famosas “asambleas”, suman cantidades que claramente rebasarían cualquier tope de campaña.

No importa si estás en Tijuana o en la frontera sur de nuestro país, en cualquier estado, en los más de 2 mil municipios de la República, se observa propaganda de las corcholatas.

Disfrazada o no, estos anuncios se duplican en estados como Puebla o Veracruz en donde, además de la elección presidencial en 2024, se renovará la gubernatura.

No hace muchos años atrás, los que hoy pagan o justifican el derroche, que es mucho más costoso que la operatividad actual del INE, criticaron -con absoluta razón- la lluvia de publicidad que pagó Rafael Moreno Valle, con el pretexto de promocionar su libro en todo el país.

Ahora que los morenistas tienen la llave del cajón de los recursos públicos, mágicamente decidieron que es buena idea tirar fajos de billetes en esta basura, que sólo sirve para aumentar la contaminación visual.

Lo hacen las corcholatas de Andrés Manuel y también quienes por cuenta propia se han visto como posibles candidatos o candidatas en los estados.

Basta recordar que tan solo en este fin de semana, cuando faltan meses para iniciar el proceso electoral, en Puebla se contabilizaron 58 anuncios políticos, todo ellos disfrazados de “publicidad”.

¿Cuánto han invertido los interesados en estos espectaculares?, ¿A quién le cargarán estos costos de pre-pre-precampañas?

Es claro que los seguidores de López Obrador no son diferentes a quienes en el pasado se sirvieron con la cuchara grande para tratar de mantenerse en el poder. Me atrevo a decir que son peores, porque después de haber criticado esos comportamientos, los repiten y con creces.

Está claro que lo suyo no es vocación de servicio, es amor al cajón de los recursos públicos.