Ayer, una sábana grisácea despertó a la ciudad vuelta un polvoriento pambazo, recordándonos que nuestros ancestros decidieron establecerse al lado de un volcán activo. No por locos o ignorantes. Es que los suelos derivados de actividad volcánica son de los más fértiles del mundo.

La apuesta es un volado. Vea a Chiapas como curioso ejemplo, un estado con 14 volcanes en su geografía, dos de ellos activos.

Al sur, donde el volcán Tacaná fertiliza los valles del Soconusco, hace 75 años las tierras fueron tan fructíferas que generaron naturalmente la variedad más sabrosa de los mangos, los Ataulfo.

Al norte, el volcán Chichonal, explotó hace 41 años para matar a más de dos mil personas y destruir plantíos cincuenta kilómetros a la redonda.

Cincuenta kilómetros de radio del Popocatépetl en cuestión agrícola representan parte de Izúcar, la zona de Atlixco y el corredor entre San Martín Texmelucan y las Cholulas.

Gracias a la actividad volcánica tenemos fertilidad en el largo plazo. Aunque en el corto los riesgos pueden ser devastadores para agricultura y ganadería.

Recuerde que las plantas viven gracias a transformar la luz del sol en nutrientes, cosa que se encuentran incapaces de hacer efectivamente con una capa de ceniza sobre ellas. Esta capa pesa, lo que quiebra ramas y hojas por igual. Tan solo hacen falta 10 milímetros de ceniza sobre un campo de frijoles para dañarlo irremediablemente.

Además de estas afectaciones obvias, existen daños menos evidentes. Las cenizas, al mezclarse con agua, generan un mezcla ligeramente ácida que puede manchar frutos y verduras, estropeándolos. En grandes cantidades la tierra ve sus características químicas alteradas, volviendo pobres a los suelos.

Con los animales de granja la ceniza tampoco es amable. No solo estropea las pasturas de las que depende su alimentación, también puede causarles bloqueos intestinales o envenenarlas con minúsculas dosis de químicos letales para un animal, como flúor.

Incluso los daños son de rebote. La ceniza es implacable contra abejas, abejorros y otros polinizadores, asegurando la mala formación de frutos.

Ayer, el comité científico de la Coordinación Nacional de Protección Civil decidió elevar el riesgo volcánico a amarillo fase tres, dejando dos fases más, ambas en el espectro rojo del semáforo.

Sabemos que el plan de contingencia es evacuar a los habitantes de la zona de riesgo, ¿pero qué planes para lo agropecuario?

Vale la pena recordar que todo el año pasado la secretaría de desarrollo rural de la maestra Altamirano Pérez atendió 17 mil hectáreas a lo largo del estado por inclemencias climatológicas. Hoy, apenas en los 40 municipios donde cancelaron clases, hay 120 mil hectáreas.

Pese a los bajos apoyos gubernamentales sería necesaria una bolsa de más de 600 millones para indemnizar tal superficie. Con qué ojos.

Mientras que una afectación así es el escenario más catastrófico, y no estamos ahí, vale la pena pensar cómo podría enfrentarse el gobierno a un escenario no improbable. Especialmente sin seguros agropecuarios, que por una turbia historia en nuestro estado, no permiten ampararnos inteligentemente ante el poder de la naturaleza.